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Alegorías y otros símiles

José Minguell Calvo

Nunca llueve a gusto de todos, eso es evidente. Para algunos la lluvia que cae justo en estos momentos es perfecta, ideal. Interesa que se rieguen los campos, que empape el suelo poco a poco.

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Para otros, es llover sobre mojado y puede estropear los resultados que se han labrado estos últimos años.

Qué más da si utilizamos aquellas alegorías tan ilustrativas que los antiguos usaban para explicar de mejor manera su entorno. Aquí no hay cavernas ni proyecciones de sombras casi chinescas que den cuenta de la realidad,  pero bien nos pudiera servir el símil de la lluvia.

Los unos, buscando pruebas que confirmen el presunto delito, los otros quejándose de la aparatosidad del despliegue realizado.

Unos aparcando cerca de plazas y sedes, ataviados con pasamontañas, los otros recordando su condición de sujeto indefenso perseguido por hordas de cazadores despechados.

Y aquí, nosotros, mirando como llueve y comprobando que la lluvia debería mojar a todos por igual, o eso es lo que nos explicaron. Pero parece ser que a algunos no les gusta nada pisar charcos o al menos, que se los pisen.

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