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100 millones de ilusiones

José Minguell Calvo

Extraña sensación le queda a uno cuando contempla, pocos minutos después del sorteo, que el premio se ha esfumado. Varias semanas acumulando cantidades ingentes para la mayoría de mortales y un buen día se presenta la muy graciosa con 100 millones de bote acumulado.

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Da igual que seas jugador habitual o no, la cifra invita a echar mano a nuestro maltrecho bolsillo en búsqueda de una ficha hacia lo  improbable, pero poco importa si las cábalas están en nuestra contra. La ficha nos ofrece tener una ínfima, paupérrima, casi patética  posibilidad. Lo suficiente para soñar. 

Y ahí se nota que somos la especie más evolucionada de todas. Soñamos, nos dejamos llevar por nuestra mente, esa que es capaz de  abandonar nuestra aburrida vida y transformarnos en aquello que siempre quisimos. De gala o con ropa 'casual'. En la nueva casa con  jardín o viajando a lugares que ni por asomo imaginábamos.

Soñamos tanto que nos indignamos al saber que nos quitarían el 20% de todo ese montante. Pero claro, es mucho dinero, no importa demasiado; aunque, pensándolo bien, para una vez que me toca ¿me tienen que quitar tanto?

 Ah, claro, y luego llega la crisis interna, esa que proviene del dicho popular que, de manera inexorable, revierte sobre aquel que posee una importante cantidad de dinero: ten cuidado o te transformará. Dejarás de ser aquella persona que eras. Ellos no saben que quizá eso es lo que buscaba, dejar de ser el que antes era. 

No sé, en menos de cinco minutos, se ha constituido un proceso casi ejecutivo de lo que haría si me tocara el premio, incluso dónde invertirlo, o si debo ser discreto o si tengo que repartirlo ¿Cómo diría adiós en el trabajo, ese que nos realiza en cuerpo y alma? ¡Qué dilema!

Pues bien, alguien, afortunado o afortunada, debe de estar ahora mismo haciéndose todas esas preguntas. O tal vez no y solo sea un delirio mío. 

El dinero no da la felicidad, pero es un 'coach' importante que nos acompaña en el proceso para su consecución.

Siempre quedará el dicho ya gastado y socorrido, ese que dice que  al menos tenemos salud, aunque, por si acaso, no iré al médico, no sea que diga lo contrario.

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