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Carmen González: «Los gitanos más viejos han vivido un auténtico horror»

Esta vecina gitana de la Via Trajana comparte su memoria de la represión y el miedo de su pueblo

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zentauroepp41306678 barcelona barcelona 13 12 2017 contra carmen gon171215153110 / JOAN PUIG

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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A sus 61 años, Carmen González nunca había relatado las historias de brutal represión de las que fue testigo durante su niñez. ¿Para qué, si no la iban a creer? Sin embargo, después de ver el documental Samudaripen de Voces Gitanas, sobre la aniquilación de niños, mujeres y ancianos gitanos en Auschwitz, esta vecina de la Via Trajana de Barcelona accedió a compartir sus recuerdos.

–Tuvo una niñez ambulante.

–Vivíamos en un carro tirado por un caballo con el que recorríamos toda España, trabajando en la vendimia o recogiendo patatas. 

–¿Son recuerdos felices?

–Adoraba ir a segar hierba para el caballo con mi padre, pero el resto es muy amargo. En los pueblos nos apedreaban y teníamos que parar a descansar en el monte o bajo un puente. Un día estábamos mi madre y tres hermanos cuando llegó la Guardia Civil. 

–¿Qué pasó?

–Pegaron a mi madre, que estaba embarazada, con el fusil. La tiraron al suelo, la pusieron de rodillas, le cortaron las trenzas y las colgaron en una zarza para que todos los gitanos lo vieran al pasar. En otra ocasión a mi padre le raparon la cabeza y le hicieron comerse los mechones de pelo. [Llora].

–Parecen escenas de una película.

–¡Mi abuelo dormía en una cueva y lo quemaron vivo! Los gitanos más viejos han vivido un auténtico horror, pero no quieren contarlo; quieren olvidar.

–Pero es importante que esto se sepa.

–Los jóvenes dicen que exagero. La mayoría no tiene interés en nuestra historia y prefieren la consola a los libros. Deberían empaparse de sus raíces y coger conciencia. 

–Si supieran lo que le costó aprender a leer y a escribir...

–De niña me fijaba en las letras de la calle y las copiaba en un papel con un trozo de lápiz. Luego iba al portal de un colegio y esperaba a que salieran las niñas. Algunas gritaban «¡gitana sarnosa!», pero yo solo quería que me dijeran qué ponía en el papel. [Llora].

–Logró aprender sola.

–Iba juntando las letras, pensando y rompiéndome los sesos. Rebuscaba en las basuras para encontrar revistas y novelas de Corín Tellado, que me encantaban. Ya de mayor, casi de vieja, me he sacado el carnet de conducir. Aprobé la teórica a la primera.

–La rabia acumulada puede generar odio.

–A veces me sale ese odio. En 1973 me aplicaron la ley de vagos y maleantes por ser gitana. Me tuvieron una semana en un calabozo de la Via Laietana, pegándome, y yo con los pechos reventando de leche porque estaba criando. Más tarde me acusaron de cómplice de un atraco en el que ni siquiera estuve y cumplí cinco años de condena.

–En la cárcel convivían payas y gitanas.

–Hice amistad con dos presas de ETA, que me ayudaron con mi hijo y me dieron a leer libros sobre la guerra civil. Una vez les dije que no aceptaba que mataran a inocentes para defender sus ideas. Si algo está mal, está mal; para el gitano, para el payo y para todos. Yo soy gitana y estoy en contra de muchas cosas que hacen los gitanos.

–La situación actual sigue sin ser ideal.

–Palos no hay, pero hace unos días me cerraron la puerta de una tienda en la cara. Y si una gitana y una paya se presentan a un trabajo, siempre cogerán a la paya. Tendríamos que echarnos a la calle con pancartas, como los payos, y reclamar que se cumplan nuestros derechos. Pero esto no pasará.

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–¿Por qué no?

–Porque el gitano tiene miedo. Piensa que la pestañí (policía, en caló) lo molerá a palos porque, haga lo que haga, el gitano siempre sale perdiendo. No nos creen, porque tenemos la fama de embusteros, ladrones, delincuentes... Pasarán muchos años antes de que cambie esta mentalidad.