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Úrsula Santa Cruz: «Me reivindico inmigrante para luchar políticamente»

De reconocida psicóloga comunitaria en Perú pasó a inmigrante en Barcelona y eso la transformó.

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zentauroepp41228888 barcelona 07 12 2017 contraportada rsula santa cruz psic l171208195322 / RICARD CUGAT

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Cuando tiene que tomar decisiones importantes, Úrsula Santa Cruz (Lima, 1966) se acerca a las playas de la Vila Olímpica de Barcelona para escuchar el mar y reconectarse con la Pachamama, la Madre Tierra de los incas. Hoy vuelve a este escenario para denunciar las múltiples violencias que atraviesan a la mujer inmigrante.  

–Estudió psicología en Perú.

–Nací en un barrio de clase trabajadora del norte de Lima. Mi madre era secretaria, y como no le alcanzaba el sueldo vendía ropa, cosméticos y dulces. Fui la primera mujer de mi familia que pudo ir a la universidad.

 

–Pero lo suyo no era la teoría.

–Estudié en la Universidad de San Marcos, que tenía una tradición de compromiso con las luchas del país, e hice muchas prácticas en espacios ocupados y autogestionados por personas sin recursos. En 1995 fui a trabajar a un hospital rural. Era la primera vez que veían a una psicóloga y llevé el servicio de salud mental a todos los pueblitos de la zona.

–Para eso no te preparan en la universidad.

–Yo iba con mis tests psicológicos hechos en Estados Unidos y para anunciar el servicio tenía unos carteles en los que salían mujeres blancas y rubias. Nada de esto servía en un lugar donde todos vestían poncho.

–Había que adaptarse.

–Tuve que desaprender muchas cosas. Empecé a ir por los pueblitos y me sentaba a hablar con las mujeres, que me contaban sus historias de violencia. La mayoría no tenía estudios, pero aprendí mucho de sus luchas y saberes. La experiencia me rompió los esquemas, fue mi escuela de vida.

–Fue su primer encuentro con la violencia contra las mujeres.

–Yo trabajaba la violencia sobre todo en el ámbito de la pareja, pero en 1996 empezó la campaña de esterilizaciones forzadas de Fujimori. Al hospital llegaban mujeres indígenas y campesinas que habían sido engañadas para hacerse una ligadura de trompas. No era una lucha contra la pobreza, sino para que no nacieran más pobres. Ahí descubrí la violencia institucional contra las mujeres por ser pobres.

–Aún le quedaban por descubrir otras violencias, esta vez en carne propia.

–En el 2001 vine a hacer un posgrado y un máster a Barcelona y por un cambio de normativa me quedé un tiempo sin papeles. Me puse a trabajar cuidando unos viejitos y al principio fue muy duro. Gente que no sabía nada de mí me miraba con lástima, como si fuera una ignorante. 

–Una mirada que revela los prejuicios sobre las personas migrantes.

–Tardé cinco años en tener los papeles y seis en homologar mi título. Durante cinco años trabajé como técnica de atención a la mujer en el Ayuntamiento de Montcada i Reixac y allí descubrí las violencias que sufrían las mujeres por ser inmigrantes.

–¿Por ejemplo?

–Una mujer africana con estudios no puede homologar sus títulos, por muchos idiomas que hable. A las extranjeras casadas con españoles sus maridos las amenazan con que serán deportadas y no verán más a sus hijos. Y está el caso de las bolivianas a quienes la Administración les quitó sus hijos. Ahora hago talleres de escritura autobiográfica con estas mujeres porque es una forma de recuperar su historia.

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–Estas experiencias la acercaron al feminismo llamado descolonial.

–El discurso del feminismo blanco de clase media-alta no me encaja. ¿Dónde están las mujeres afroamericanas, las latinoamericanas, las chicanas? Este es el feminismo del que me siento parte, porque hace una lectura no solo desde el género sino desde la pobreza, la clase y el racismo. Yo ya tengo la nacionalidad, pero me reivindico como inmigrante para luchar políticamente.