EL DEBATE SOBRE EL PROCESO SOBERANISTA

Votar, pero con plenas garantías

En un debate político muy polarizado, solo la propuesta de una consulta acordada recibe un apoyo mayoritario

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Joan Cañete Bayle
Joan Cañete Bayle

Subdirector de EL PERIÓDICO.

Especialista en Internacional, Transformación Digital, Política, Sociedad, Información Local, Análisis de Audiencias

Escribe desde España, Estados Unidos, Israel, Palestina, Oriente Medio

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Lo dicen desde hace tiempo las encuestas, la última, el barómetro del Cente d’Estudis d’Opinió (CEO) de la Generalitat: si hay una postura política transversal en Catalunya es la de que el debate soberanista solo se zanjará en las urnas. Sin embargo, el referéndum unilateral anunciado (aún no convocado) por la Generalitat para el 1 de octubre no es ese tipo de consulta mayoritariamente deseada, ya que su carácter unilateral sin acordar por el Estado e impulsada por las fuerzas independentistas divide casi en dos a la sociedad catalana: El 48% de los encuestados en el barómetro del CEO avalan la convocatoria de un referéndum sin permiso del Estado, pero el 46% rechazan esta posibilidad. Solo un 22,6% de los encuestados se oponen a cualquier tipo de votación, y el 71,4% de los entrevistados defienden el derecho a decidir de Catalunya.

Entre Todos, el departamento de participación y periodismo con el ciudadano de EL PERIÓDICO, no es una herramienta demoscópica, y por tanto no puede cuantificar si un argumento en el debate público es mayoritario o minoritario. Pero después de haber recibido durante varios años centenares de cartas escritas por lectores de  todo tipo y condición sobre el proceso soberanista (uno de los dos temas predominantes en la conversación pública en el último lustro; el otro es las causas y consecuencias de la crisis económica), la conclusión es la misma que la del CEO: el argumento más habitual es la necesidad de que el problema político del encaje (o desencaje) de Catalunya con España se dilucide en las urnas. Hay que contarse «porque existe un sector significativo de la población catalana favorable a la secesión. Tan sencillo como eso», escribe Carlos Martínez, biólogo de Cunit. Pero aquí se acaban los puntos en común. Fuera de esta idea, la polarización –que se ha ido agravando con el paso del tiempo– es la norma.

Democracia, legalidad

Y, si de polarización se trata, el 1-O es un corte casi limpio. Muchas cartas hemos recibido respecto la consulta, con numerosos argumentos a favor y en contra. Pero son razones de trinchera, desde las cuales cada uno arroja al adversario palabras como “democracia”, “legalidad”, “legitimidad” o “derechos” sin que ni siquiera les den el mismo significado. Si la primera conclusión tras años de debate es rotunda (el referéndum acordado por todas las partes es la mejor de las soluciones), hay una segunda tendencia que se va constatando a lo largo del tiempo: los argumentos a favor de un sendero intermedio entre las dos trincheras se van diluyendo. Los matices, los grises, molestan, incordian, están de más, ya sea en el interior del Govern, ya sea en la conversación pública.

Opinión exprés

1-O: Resta y sigue

Dejando de lado cuestiones legales, logísticas y organizativas, el principal argumento de los partidarios del 1-0 es el democrático: no hay nada más democrático que votar, argumentan. “Negar el derecho de expresión a través de las urnas también divide a la ciudadanía”, escribe Teresa Calveras, maestra de Barcelona; “¿Se puede ser neutral entre quienes quieren poner las urnas y quienes no quieren dejar votar a nadie?”, opina Albert Martín Ballesta, funcionario de Barcelona. “Somos ciudadanos libres de una nación soberana. Tenemos un proyecto compartido que se fundamenta en la libertad, la justicia, el bienestar social y los valores democráticos. Nunca hemos renunciado a construir nuestro destino juntos y nunca renunciaremos. Defenderé, junto a mi gente, los derechos y libertades de mi país, al igual que defiendo la integridad de mi familia. Sin miedo y con orgullo”, afirma Salvi Pardàs, docente de Barcelona.

Una de las partes

Ante la fuerza del argumento que equipara democracia con voto, la réplica de la legalidad no hace mella en un debate, además, en el que resulta imposible convencer al interlocutor. Pero escuchando los argumentos sí se hace patente que uno de los principales problemas que tiene el  1-O es que es percibido de forma muy clara como el referéndum de una de las partes, la independentista. De ahí el esfuerzo con el que se trata de seducir —siempre con el argumento de la democracia— a los partidarios del no a la independencia para que se suban en marcha al tren del 1-O. Pero a juzgar por el desarrollo del debate entre los lectores del diario, no parece que a los independentistas les vaya a resultar sencillo movilizar a los partidarios del no. “Nadie puede negar que la aspiración de independencia de Catalunya es legítima y democrática. (…)  Pero en vez de ampliar significativamente la base social, lo que nos ofrece una minoría muy motivada que está dispuesta a todo es romper la esencia misma de la democracia, silenciar a una parte de los ciudadanos de Catalunya (…) Lo auténticamente democrático en estas condiciones es no participar. Votar es la esencia de la democracia: con las normas, leyes, reglamentos que nos hemos dado entre todos y todos respetamos. Tal y como está planteado el 1-O suena a caricatura, a engaño, a farsa. Conmigo que no cuenten”, escribe con contundencia Miguel Ángel Andrés, jubilado de Barcelona.

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Porque, al final, de forma abrumadora, quienes apoyan el 1-O son sobre todo los que se declaran independentistas, y quienes se le oponen, aquellos que o no quieren romper con España o no quieren hacerlo de esta forma. De un lado se apela a la identidad, a la historia, a la cultura, al caos de Rodalies, al agujero de la banca, al Estatut y a la indiferencia y desdén del Gobierno del PP con Catalunya; y del otro, a la Constitución, a la escasa mayoría independentista en el Parlament, a los lazos afectivos, al 3%, al clan Pujol, y a la opacidad de los soberanistas. No se habla en realidad, de un referéndum, sino de la independencia. Y en medio, cada vez menos, cada vez más irrelevantes, aquellos que ni lo uno, ni lo otro: “Ya nos han puesto una fecha concreta para colocarnos entre la espada y la pared. ¡Con un par, como si fueran mesías redivivos! Y nos ofrecen un blanco o negro, un arriba o abajo, un frío o calor, un sí o no. ¿No se dan cuenta de la dramática opción amor u odio que están provocando?”, se lamenta Olga Galindo, pensionista de Barcelona. Un airbag social en extinción.

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