Gente corriente

«Busco al niño interior que llevamos dentro»

Usando técnicas de clown, Alain Vigneau recorre el mundo ayudando a resolver los conflictos interiores

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«Busco al niño interior que llevamos dentro»_MEDIA_2 / DAVID CASTRO

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Juan Fernández
Juan Fernández

Periodista

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La biografía de Alain Vigneau (Pau, Francia, 1959) pivota sobre el día en que su madre murió asesinada a manos de su amante cuando él tenía 7 años. Este resplandor de sangre podría haber hecho de él un despojo humano, pero la forma como se guio a partir de entonces acabó dotándole de una sensibilidad que le permite verte el fondo del alma con solo estrecharte la mano. Fue pastor en el Pirineo, ejerció de clown durante 23 años, tanto en teatros como en escenarios bélicos junto a Payasos sin Fronteras, y tras colaborar una década con el psiquiatra Claudio Naranjo, ahora viaja por el mundo dando cursos y talleres donde usa lo que le ha enseñado la vida para ayudar a resolver conflictos interiores. No le llamen terapeuta. «Lo mío consiste en acompañar», dice.

-¿Cómo le presento? Cuando me hacen esa pregunta suelo pedir el comodín del público. Soy una personita con muchos problemas, como la gente corriente, y está bien que sea así. Cuando cuento esto a quienes que vienen a verme, se desconciertan. Llegan ansiosos por cambiar, pero yo les digo que están perfectos como están, que tienen derecho a sentir la ira, la rabia, la confusión, la depresión o la vergüenza que sienten. Nadie les había dicho esto antes, y el simple hecho de escucharlo, les alivia. Por ahí empieza la transformación.

-Terapias hay muchas. ¿En qué se distingue lo que usted propone? Utilizo técnicas del clown para llegar a lo más profundo del alma de las personas y devolverles el derecho a ser como son. La gente asocia el payaso al humor, pero el clown no está hecho para hacer reír, sino para conmover. Por eso, en mis cursos se ríe tanto como se llora. Busco al niño interior que todos llevamos dentro, no para infantilizar al adulto, sino para que recupere la espontaneidad y la capacidad de asombro que tenía cuando descubría el mundo por primera vez y se sentía valiente. Y le aseguro que se consigue.

-No sé si su infancia puede servir de referencia. Mi infancia es un paisaje de sangre. Después de que asesinaran a mi madre, mi abuela, la única referencia femenina que me quedaba, murió al estallarle una bomba de la segunda guerra abandonada. Sentí rabia, escapé a la montaña en busca de una vida auténtica y luego me hice payaso para sobrevivir al dolor. Con los años logré transformar aquel máster de sufrimiento en arte, y en un pasaporte para penetrar en lo más profundo de las personas.

-¿Qué suele encontrar ahí? Que la gente no se concede el derecho a sentir lo que siente. Vivimos amenazados por mil problemas, el trabajo, el dinero, la pareja, los hijos, y presionados por la imagen que querríamos proyectar: ricos, atractivos, geniales, grandes amantes. Pero ese no eres tú, ese es tu ego. Tú estás confuso, acéptalo y celébralo, quiérete tal y como eres, transforma tu pasado en patrimonio, porque eso, que incluye tus dolores, te hace único en el mundo. Mi trabajo consiste en que las personas recuperen el derecho a ser como son y dejen de esforzarse en ser lo que no son.

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-Póngame un ejemplo práctico. A diario hablamos de la lacra de la violencia machista, pero nadie repara en qué pasa en el interior de esos hombres para que acaben haciendo lo que hacen. Es ahí donde está el problema, y la solución. Esos hombres necesitan herramientas para poder decirle al mundo: no sé gestionar mi vida, no puedo con todo, necesito acompañamiento, tengo miedo a la soledad y al abandono. Por eso, se les va la pareja y no lo aceptan, antes prefieren matarla. Si conocieran esas herramientas, no lo harían.

-¿Y usted por qué se dedica a esto? Porque ayudar a las personas me salva a mí. Necesito rodearme del amor que siento en mis cursos y talleres, ese amor que tanto me faltó cuando más lo necesitaba.