Nuevo golpe al Estado del bienestar

Las familias con dependientes menores denuncian abandono

El Gobierno admite que las obligaciones y necesidades son mayores y largas

Muchas madres tienen que dejar su trabajo y las ayudas son escasas

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ANTONIO M. YAGÜE / Madrid

No representan un volumen importante dentro del millón y medio de españoles que no pueden valerse por sí mismos, pero los menores dependientes y sus familias rozan en muchos casos la exclusión social, sobre todo tras los recortes de la ley de dependencia. Los representantes de las asociaciones que defienden a este colectivo escondido entre las grandes cifras denuncian que tienen problemas específicos y que atraviesan una situación muy complicada, con ayudas siempre escasas. Las familias se sienten abandonadas. Hasta César Antón, director del Imserso, el organismo gubernamental que gestiona la ley de dependencia, reconoce que presentan "mayores necesidades, ya que a menudo se exige la dedicación plena de miembros de la familia".

El caso de Aleix Obregón es ilustrativo de estos graves apuros. Pero hay muchos más, auténticos dramas médicos y económicos. "El milagro para la mayoría de estas familias es vivir cada día", asegura en Toledo José Luis Gómez-Ocaña, padre de dos hijos, de 9 y 16 años, con una enfermedad degenerativa (Tay-Sachs) incurable. Es mortal, y no se conocen casos que hayan superado los 18 años de edad. Los dos son grandes dependientes y a ambos se les ha reducido la ayuda en un 15%. "Necesitan cuidados -explica- las 24 horas del día por las crisis que sufren. No controlan esfínteres. El mayor no habla y al pequeño ya no se le entiende. En mi casa no entra más sueldo que el mío de profesor, recortado también. Mi mujer dejó de trabajar hace unos años para cuidarlos".

Primero, que coman

Gómez-Ocaña, coordinador de la plataforma en defensa de la ley de dependencia de Castilla-La Mancha, asegura que "en contra de lo que se cree, los casos más graves y dramáticos de dependencia suelen ser de niños y jóvenes". La mayoría, según el perfil elaborado por la plataforma, afecta a mujeres que tienen que dejar de trabajar para dedicarse casi todo el día a sus hijos, con lo que implica de coste económico y, sobre todo, emocional y físico. No tienen descanso y a eso se añade la tensión de si van a poder hacer frente a los costes de rehabilitaciones y terapias. "Llega un momento en que la situación es agobiante, tiene que explotar por algún lado. Hay gente que se encuentra al límite", apostilla.

De los cinco miembros de la familia cordobesa López Cortés, dos hijos tienen enfermedades graves. Juan, de 12 años, ha de estar siempre encamado y Julia, de 6, sufre una enfermedad psicofísica. El padre está desempleado y sin derecho a prestación y tiene una incapacidad física que le obliga a usar silla de ruedas. El hijo mayor, Pablo, de 19 años, se ha marchado a Alemania a ver si logra ganar y enviar algo de dinero. "Mi marido y yo nos hemos planteado dejar de comer para poder comprar las medicinas. Lo primero es que los niños coman, luego ya veremos los mayores", dice Amelia, la madre y la única que aporta algo de dinero limpiando casas o incluso pidiendo en la calle.

"Un menor de edad impacta mucho más. Estas familias tienen un problema específico y muy limitada sus capacidad de respuesta, aunque reciben algún tipo de prestación. Es un colectivo que está pasando por una situación calamitosa", asegura José Miguel Delgado Trenas, trabajador social en el centro de evaluación de la dependencia de Córdoba.

"Si esto no es un calvario..."

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Palmira Castellano preside la plataforma en defensa de la dependencia de la Comunidad Valenciana y es la madre de Sara, a la que diagnosticaron una enfermedad que se caracteriza por convulsiones intratables y retraso mental. Han de apañárselas con los 425 euros mensuales de ayuda. "Las personas mayores tienen un final. En estos casos es para toda la vida", subraya.

Dolores, de 44 años, es otro ejemplo. Dejó su empleo de cocinera en Madrid al nacer su hijo hace 4 años y le dieron la "paguilla" de 520 euros para atenderlo. Sufre encefalopatía epiléptica catastrófica, que le impide moverse y le roba la vista, y exige cuidados permanentes como un bebé. Ahora, viuda, cobra 418 euros y ha de pagar 200 de alquiler. "Si esto no es un calvario...", musita.