LOS LECTORES EXPLICAN CÓMO LIDIAN CON LA CRISIS

Renuncias y sacrificios

La pérdida de poder adquisitivo de los asalariados y el aumento del paro obligan a las familias a adaptar a la baja los presupuestos domésticos

Cuatro entrevistas. Los efectos de la crisis. Renuncias y sacrificios. / CARLOS MONTAÑÉS / FERRAN NADEU

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JOAN CAÑETE BAYLE

«Me di de baja de la mutua. Ahora estoy en la Seguridad Social y si tengo que esperar nueve meses para ir al dermatólogo o al oculista, pues se espera. Antes me hacía una revisión anual por problemas ginecológicos; ahora me la haré cada tres años por la sanidad pública. No voy de vacaciones; veo mucha televisión. Para comer, compro huevos, legumbres, pollo, arroz... Carne, si se puede, una vez al mes. Llevo la ropa de hace cinco años o la compro de rebajas. Me apunto a cursos del Servei d'Ocupació para reciclarme y paso el resto del día vegetando».

Hay muchas formas de explicar las consecuencias de la crisis económica en la que estamos sumidos desde, al menos, el 2009. El párrafo anterior es cómo lo cuenta una lectora de EL PERIÓDICO, Paquita Costa. Los economistas, en cambio, suelen hablar de cifras. El año 2009 se cerró con poco más de 4,3 millones de parados, según la EPA. El 2012 terminó con casi 6 millones. Y los algo más de 17 millones de trabajadores que forman oficialmente la población ocupada han visto reducido su poder adquisitivo una media de 6,4 puntos.

PARO Y ERE

PARO Y ERE Es este un país en el que los funcionarios han visto reducirse su sueldo en un 10% solo el pasado año, en el que los ERE y las negociaciones de convenio han dejado un reguero de despidos y reducciones de salarios y en el que han aumentado los impuestos y los precios. Por eso los economistas explican que hay unos nuevos hábitos de consumo, lo cual significa que los ciudadanos consumen menos, mucho menos, y diferente, porque están en paro, o cobran menos. O porque temen quedarse en paro. O porque temen cobrar menos. Y entonces las ventas se desploman y los miedos en las empresas se convierten en realidades, en profecías autocumplidas, en una cita con el INEM.

Así lo cuentan, más o menos, los analistas. Pero los lectores del diario, los ciudadanos, lo explican de otra forma. Tras palabras como «nuevos hábitos de consumo», tras los gráficos y las curvas, se esconden nombres y apellidos, historias de ahorro, pero también de sacrificio y de renuncias a objetos y a sueños, a proyectos e ilusiones, a ese piso, a ir de vacaciones, a moverse en coche, pero también a tener a un hijo o a mejorar el currículo académico. Hay gente que ya no va a restaurantes (Alfredo Legarre. Barcelona); que no enciende la calefacción, «solo una estufa y una mantita en el sofá» (Isabel Franco-Castiella. Barcelona) y que ya solo compra ropa de segunda mano o «de rebajas a última hora» (Erika Fuentes. Barcelona).

Los hay también que cruzan la delgada línea roja («Ahora trabajo en negro. Al que me pide factura se la hago y al que no la pide no se la hago». Jjrosty. Valencia); los que han encontrado en internet la biblioteca universal, y gratuita, de libros, música y cine que permite ahorrar en ocio («Ir al cine o al teatro, a día de hoy, se ha convertido en un lujo». Ricard Martínez. Barcelona); los que han cancelado «el seguro de vida, el plan de jubilación y los regalos de Navidad para todos menos los niños» (Manuel García. Madrid) y los que han desterrado de su dieta el pescado fresco y la carne, y han (re)descubierto el congelador («Cocino para tres días congelando, de manera que tardo en repetir menú». María José Vallés. Barcelona). «Resumiendo» -escribe Yolanda Marinero, funcionaria de Barcelona- «que en casa vivimos con lo básico. Y encima, dando gracias por tener trabajo».

LUJO Y NECESIDAD

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LUJO Y NECESIDAD Lo que antes era necesario ahora es superfluo; han cambiado los hábitos de consumo, pero también el concepto del lujo, la noción de lo que es necesario y de lo que es un exceso, un capricho. «He tenido que dejar de ayudar a oenegés y proyectos solidarios», escribe Pilar Brotons, de Barcelona. «En casa se ha suprimido todo el ocio, la peluquería y las reparaciones», dice Elena González Egea, «funcionaria, divorciada y con una hipoteca».

¿A qué ha renunciado para adaptarse a la pérdida de poder adquisitivo?, preguntamos a los lectores, y sus respuestas son una radiografía no solo de los «nuevos hábitos de consumo», sino de la espiral destructiva en la que está atrapada la economía española. Con sueldos bajos (y menguantes), sin crédito, la actividad económica no despega. «Deseo de todo corazón que durante un año los políticos vivieran con un sueldo de menos de 1.000 euros. Así tendrían un poco de empatía». Lo escribe nuestra lectora Maria Teresa Rodríguez, de Barcelona.