La presión de los inversores fuerza la dimisión del consejero delegado de Uber

Travis Kalanick abandona la dirección de la compañía de transporte privado tras varios meses de escándalos

Travis Kalanick.

Travis Kalanick. / DS/VM /MTD/TC

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON

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No ha bastado que se apartara temporalmente de la compañía. La presión de los inversores ha obligado a Travis Kalanick a dimitir como consejero delegado de Uber, el gigante del transporte privado que ayudó a fundar en 2008 y que se ha convertido en la bestia negra de los taxistas de medio mundo. El emprendedor de 40 años presentó su renuncia el martes, después de que varios de los principales accionistas de la compañía unieran fuerzas para exigir su dimisión inmediata ante los constantes escándalos que han golpeado a Uber en los últimos seis meses y el temor a que se desplomara su valor en los mercados. La empresa estaba muriendo de éxito. La gestión agresiva y atolondrada de Kalanick, unida al ambiente tóxico que impera en el cuartel general de la compañía en San Francisco, se habían convertido en un motivo permanente de distracción.

“Amo Uber más que a nada en este mundo y, en este difícil momento de mi vida personal, he aceptado las demandas de los inversores para quitarme del medio y permitir que Uber pueda dedicarse a crecer en lugar de distraerse con otra batalla”, ha dicho Kalanick en un comunicado. El californiano sigue siendo uno de los principales accionistas de Uber y continuará vinculado a la compañía como miembro de su consejo de administración. Pero ahí quedará todo. Uber seguirá los pasos de otros colosos de Silicon Valley como Google y Facebook, que tras despegar de la mano de sus jovencísimos fundadores optaron por poner al frente de su gestión a experimentados ejecutivos como Eric Schmidt y Sheryl Sandberg.

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La renuncia definitiva de Kalanick llega una semana después de que anunciara que se tomaba una excedencia para trabajar sobre sí mismo y repensar el liderazgo de la compañía. En una carta a sus empleados, explicó que necesitaba tiempo para reponerse de la repentina muerte de su madre, fallecida en un accidente de barco. Pero esa desgracia personal no fue más que la punta del iceberg. El pasado mes de febrero, una antigua ingeniera de software de Uber denunció la cultura darwinista y el sexismo que imperaba en la compañía, a la que acusó de ignorar sus denuncias de acoso sexual. En respuesta al escándalo, Uber abrió una investigación interna que se saldó con una batería de recomendaciones, que no solo llamaban a cambiar la cultura de la empresa sino también a recortar las responsabilidades de Kalanick.

Casi al mismo tiempo, otra investigación encargada a una firma privada acabó con el despido de 20 empleados, después de que los abogados examinaran unas 200 infracciones por discriminación, represalias y acoso sexual. A la mala prensa hay que unir los malos resultados corporativos. Uber perdió casi 2.800 millones de dólares el año pasado, en parte por los incentivos otorgados a sus conductores para capear sus quejas y mantenerlos al volante, según el análisis del Wall Street Journal.

Kalanick consiguió posicionar a Uber en más de 70 países y darle una valoración en los mercados que ronda los 70.000 millones de dólares. Pero lo hizo aprovechando todos los resquicios legales a su alcance para doblegar la oposición de algunos municipios que prohibieron sus servicios, jugando sucio con sus competidores y demandando siempre el máximo de sus empleados y conductores, aunque la exigencia requiriera conductas éticamente cuestionables.  

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