LA LUCHA POR EL FUTURO

Madres sin estrella

Las mujeres que se ven obligadas a emigrar solas con hijos, huyendo de los conflictos de Oriente Próximo, no encuentran un astro milagroso que las guíe

Madres sin estrella

Madres sin estrella / periodico

Texto: ÚRSULA O'KUINGHTTONS // Fotos: Àngel García/OTR

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Cruzando las tierras del otrora Imperio Austrohúngaro y Otomano, miles de personas marchan a pie, en bus o en tren para alcanzar la prosperidad europea. No es una ruta fácil y la llegada del invierno recrudece el camino, en el que se deben sortear las inclemencias del frío, la fuerza del mar, fronteras hostiles y el levantamiento de verjas con púas cortantes. En el periplo, muchos sueños se han hundido en el Mediterráneo: más de 3.600 personas han muerto en el mar en lo que llevamos de año. Y el atentado de terroristas yihadistas en París, además, ha levantado alarmas y muros psicológicos en muchos ciudadanos europeos. Pero nada de esto, de momento, ha supuesto un impedimento para las más de 500.000 personas que han entrado a Europa vía Grecia este año, según las cifras de la Organización Internacional de las Migraciones

Y mientras se recrudece la guerra civil en Siria, todo parece indicar que este ininterrumpido flujo de refugiados continuará. Solo en Alemania esperan recibir unos 800.000 este año, pese a que su llegada a Europa comenzó hace dos años, debido a los conflictos y guerras en países como Siria, Afganistán, Pakistán, Eritrea, e incluso por las secuelas de la polémica guerra de Irak, entre otros. 

En esta crisis humana, la mayor tras la segunda guerra mundial, con 60 millones de personas desplazadas por el mundo, hemos acompañado a mujeres, muchas solas, que marchan con sus hijos a cuestas por la ruta de los Balcanes. Son todas ellas madres obligadas a cuidar de sus hijos en solitario, bien porque enviudaron muy pronto o por el alto coste de emigrar, ya que tuvieron que dejar atrás a su marido e, incluso, a alguno de sus hijos. Aquí narramos parte de sus historias.

Una ilusión puesta en Suecia

Con la llegada del otoño, Fátima se apresuró para partir hacia Europa. Sola y con sus tres hijos –dos mellizas de 7 años, Niayesh y Setayesh, y un niño de 13, Mahdi–, reunió el dinero con la ayuda de familiares para emprender el camino a Suecia, donde la espera su hermano, quien la convenció de que, allí, ella y sus hijos podrán vivir en paz. A sus 30 años, esta mujer menuda y dulce abraza firmemente a sus retoños. No quiere que nada derribe su sueño de comenzar una nueva vida. Ha logrado llegar hasta Europa, aunque esa sea solo una parte del trayecto. Un alto (obligado) en el camino que hace en el campamento de Gevgelija, en Macedonia, donde espera la autorización para cruzar a Serbia y continuar después hacia Austria,  para finalmente subir hasta Estocolmo. No habla del marido ni de su vida en Afganistán. Tan solo sonríe, sin quitar ojo a sus pocas pertenencias, y explica que en su tierra fue profesora de inglés y que, gracias a este idioma, anhela encontrar un trabajo seguro en Suecia.

El Estado Islámico se llevó a su marido

Satmeh aún no habla ni camina. Tiene tres meses de vida. Pese a su corta existencia, ya ha emprendido un largo viaje desde Siria junto con su madre y cuatro hermanos, el mayor de 8 años, quien, a su edad, hace de padre de familia, reprimiendo y guiando a sus hermanitos. Al bajar del autocar en Horgos, Serbia, deben seguir caminando dos kilómetros hasta la frontera con Hungría. Son las diez de la noche, mediados de septiembre, comienza a lloviznar, apresuran el paso antes de que Hungría cumpla su promesa de cerrar la frontera sur. Y Satmeh llora

Sus hermanos, cargando bolsas de ropa y algo de comida, pierden energías y van dejando bultos por el camino, una metáfora de la vida que van dejando a sus espaldas. Están agotados, también lo está su madre. Queda poco para lograr la meta final tras un largo recorrido. Y en el trayecto, ayudada por un compañero sirio que habla un poco de inglés, la madre explica que quiere ir hasta Suecia con sus hijos. Ahorra palabras para centrarse en el caminar, hasta que se le pregunta por el marido. Entonces sobreviene un silencio. Tan solo responde: “ISIS”. Allí es cuando el traductor espontáneo dice que el marido de la mujer ha sido raptado por la milicia y que no se sabe si está vivo o muerto.

Negociando con los contrabandistas

Sin perder la sonrisa, Awais, de 16 años, se abre paso, junto con su madre, Hadia, por un campo de maíz. Su padre falleció en la guerra de Siria, y su madre enviudó con solo 36 años. Sin marido, pero con dignidad y fuerza, Hadia decidió partir rumbo a Alemania. Su hermano vive en Bonn: él ya realizó la misma ruta hace cuatro meses. 

Madre e hijo han llegado hasta Rostze (frontera con Serbia en el sur de Hungría) y en una estación de servicio esperan escondidos. Tienen miedo, no quieren que venga la policía y tome registro de su huella dactilar, pues temen ser deportados. En el lugar donde se encuentran están apostadas las mafias locales, que esperan hacer negocio con los migrantes. Hadia y su hijo saben que pagarán el doble. Pero no tienen otra alternativa. Buscan llegar a Budapest, y de allí a Viena para seguir hacia Bonn. Hablan con un improvisado taxista húngaro que, a cambio de 200 euros por persona, los llevará hasta la capital. Acuerdan el trato. Cansados y con dolor de pies, suben al taxi y continúan el periplo.

Con el marido en Arabia Saudí

Fátima jamás se imaginó que a sus 36 años, sola y con sus cinco hijos, estaría esperando un autocar en Miratoc (Serbia) que la llevara hasta Presevo para obtener el permiso que le permitirá seguir camino hacia Alemania. 

En Darad (Siria) dejó su vida, familia y amigos. Relata que ya no podía seguir viviendo en medio de una guerra; en una ciudad sin electricidad, con carestía de agua y con colegios deficientes para sus hijos. Su marido había emigrado hacía ya un año hacia Arabia Saudí y, gracias a su trabajo en la construcción en Riad, pudo reunir el dinero para que Fátima y los pequeños (tres chicas y dos chicos), el menor de 5 años y el mayor de 12, emprendieran rumbo a Europa. 

Ella se reconoce afortunada. Al menos ha podido huir de la guerra. Una suerte que no ha tenido el resto de familia que dejó en Siria. Emigrar es muy caro, una media de 2.500 euros por persona, y a eso se suman los precios inflados que ponen las mafias. La necesidad de huir hace que se lleguen a pagar cuatro euros por una botella de agua en Serbia, o que se cobre un euro por cargar el teléfono móvil, una herramienta esencial de comunicación con la familia en origen, y una ayuda que los guía por el camino gracias al GPS y el mapa, incluso los mantiene conectados a través de Facebook y WhatsApp para recibir información de los conocidos que ya han llegado con éxito a Europa. 

Una familia separada por la migración

Jugando en el césped húmedo de un atardecer de septiembre, Mohammed, de 11 años, mira hacia el cielo y se queda observando un buen rato las nubes. ¿Qué pensará? Es un gran misterio. El niño no articula palabra ni se mueve con agilidad. Desde que nació sufre una deficiencia física, algo que no ha sido obstáculo para que haya logrado llegar en autocar hasta Horgos (frontera de Serbia con Hungría) acompañado solo por Ahlam, su madre. La mujer, de 31 años, es oriunda de Alepo (Siria) y pretende llegar a Alemania. En Turquía dejó a su marido y a una hija de 5 años. Decidió partir sola con su pequeño porque la economía doméstica no alcanzaba para viajar los cuatro. Y en esta tiranía económica decidieron que Ahlam partiera con el pequeño ya que, según le contaron en Alemania, dan buenas ayudas sociales para niños con discapacidad. 

Sin embargo, Ahlam tiene la esperanza de que pronto podrá reunir a la familia al completo. Al menos con este argumento solicitará asilo para que también incluyan a su marido e hija. No quiere romper el vínculo que los ha mantenido unidos desde hace dos años, cuando dejaron Alepo para llegar hasta Turquía, porque, según relata, la vida en su ciudad natal era insostenible, casi no podían salir a la calle. Se asentaron en el país otomano junto con varias familias sirias y allí se reunieron con unas cuantas más llegadas de distintas localidades del país. Todas expulsadas por lo mismo: la guerra civil que estalló en Siria hace casi  cinco años. Hoy en día, Turquía acoge al mayor número de refugiados sirios, 2 millones de personas, quienes, en su mayoría, anhelan llegar hasta Europa. No todos pueden: es un viaje caro y arriesgado.

El peso de ser iraquí

No todos los refugiados son sirios. Ni todo el conflicto de Oriente Próximo se centra solo allí. Ya en el 2003, Irak entró en una nefasta guerra con la intervención de EEUU, el Reino UnidoAustralia y España, entre otros países. En la práctica, aquella operación militar finalizó en el 2011, sin embargo, la esperanza de paz no llegó ni siquiera con la ejecución en el 2006 de Sadam Hussein

La vida de Hadel no ha sido fácil. Y su hija, Azad, de 2 años, solo ha vivido en un país en eterno conflicto. Por ello, Hadel, a sus 34 años, decidió partir rumbo a Alemania para que su pequeña pueda crecer y disfrutar de un país donde no hay que vivir en constante alerta. Con el apoyo de su marido, que debió quedarse en Irak, esta madre emprendió hace dos meses el viaje. En el camino se reunió con otros compatriotas que  han pasado a formar parte de su nueva familia. Un apoyo que la reconforta y le da la fuerza para seguir una ruta que ha beneficiado casi exclusivamente a los sirios, dice, ya que ellos, en su mayoría, son los principales beneficiarios del estatus de refugiado.