70º ANIVERSARIO DE LA LIBERACIÓN DEL CAMPO

Un héroe de Mauthausen

RBA reedita, con material nuevo y prólogo de Javier Cercas, del que les ofrecemos un fragmento, el libro de Benito Bermejo que cuenta la gesta del fotógrafo Francesc Boix, gracias al cual se han conservado las fotos que atestiguan el horror nazi

Retrato Boix

Retrato Boix / periodico

JAVIER CERCAS

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'Francisco Boix, el fotógrafo de Mauthausen' es el primer libro de Benito Bermejo; se publicó a principios del 2002. Con característica modestia, Bermejo afirma que el libro es apenas "una historia de las coleccio-nes fotográficas relacionadas con Francesc Boix"; se trata de una verdad parcial: la verdad completa es que este libro contiene como al sesgo varios libros. El primero es, en efecto, una historia de las fotografías de Boix; estas son de dos tipos: unas, tomadas por los SS del campo de Mauthausen, donde Boix permaneció ingresado durante casi un lustro y donde trabajó en el servicio fotográfico (conocemos cerca de 1.000, aunque Boix declaró haber guardado 20.000); las otras son obra del propio Boix. No hay duda de que nuestro hombre fue un excelente fotógrafo, pero, salvo excepciones, sus fotografías palidecen junto a las de los SS, que constituyen un documento absolutamente estremecedor y único –por su volumen y por su importancia– del horror sin parangón vivido en los campos nazis.

El segundo libro que contiene este libro es un retrato del campo de Mauthausen, un lugar próximo a Linz, en Austria, por donde pasaron casi 200.000 prisioneros de todo el mundo, casi la mitad de los cuales murieron; asimismo contiene un retrato de los 7.200 republicanos españoles que fueron confinados en él, de los cuales perdieron la vida 4.761. Esos españoles eran la gran mayoría de los casi 9.000 españoles deportados en los campos nazis, todos o casi todos excombatientes del Ejército de la Segunda República a los que la victoria de Franco arrojó al exilio. Por ahí, el libro de Bermejo se convierte en otro retrato, el de una generación de españoles que apostó a fondo por la esperanza de cambio real que representó la Segunda República, y que padeció la guerra civil, el exilio en Francia, la segunda guerra mundial y la barbarie nazi, la mayoría de los cuales nunca regresaron a España; por ahí y por el tercer libro que contiene este libro, el que de algún modo los engloba a todos: la biografía de Francesc Boix.

Los primeros años de Francesc Boix

Bermejo la reconstruye con una precisión deslumbrante. Nacido en 1920 en el barrio del Poble Sec de Barcelona, en el seno de una familia laica, catalanista y de izquierdas, Boix alternó desde muy joven la pasión por la fotografía, que heredó de su padre, y la militancia política, primero socialista y en seguida comunista. Al estallar la guerra no pasaba de ser un adolescente, pero, en la Barcelona revolucionaria del verano del 36, empezó a publicar fotografías en 'Juliol', la revista de las juventudes comunistas, mientras anudaba una amistad de por vida con algunos de los principales dirigentes del partido: con Gregorio y Joaquín López Raimundo, con Teresa Pàmies. Era un fotógrafo tan obsesivo y vehemente que sus compañeros de partido bromeaban con él diciendo que hubiera sido "capaz de pasarse al bando de los fascistas si entre los rojos no tuviese oportunidad de hacer fotos". En 1938 Boix dejó la retaguardia por el frente, donde fue encuadrado en la 30ª División del Ejército Republicano y donde siguió ejerciendo de fotógrafo; en 1939 se exilió en Francia. Igual que tantos republicanos españoles, por entonces malvivió unos meses en los campos de refugiados, tal vez en el de Vernet d’Ariège, sin duda en el de Septfonds, cerca de Montauban, de donde partió en septiembre hacia la región de Vosges, en el norte de Francia. Allí, en algún momento de 1940, fue apresado por los alemanes, que en el mes de mayo habían invadido el país. Estuvo un tiempo como prisionero de guerra en Belfort y, ya en 1941, en Fallingbostel, en el actual estado alemán de la Baja Sajonia. Por fin, el 27 de enero de ese mismo año, arribó a Mauthausen.

Los cuatro años siguientes los pasó en aquel infierno sin alivio. El campo había sido fundado en 1938, poco después de la anexión de Austria al III Reich; era una mezcla de campo de trabajo y de exterminio, y acabó funcionando en gran parte como centro de una serie de subcampos distribuidos por casi toda Austria, entre ellos los de Gusen, Ebensee y Melk. A sus barracones habían empezado a llegar republicanos españoles desde principios de agosto de 1940, pero en ellos se hacinaron a lo largo de la guerra prisioneros de todas las nacionalidades. Los españoles se contaban entre los más numerosos; dos de cada tres murieron allí, la mayor parte en el campo de Gusen, entre la segunda mitad de 1941 y la primera de 1942, la mayoría muertos de hambre y extenuación; no faltaron las víctimas del gas, de inyecciones letales, de tiros en la nuca, de suicidios.

En el servicio fotográfico del campo

En medio de este apocalipsis, Boix fue un privilegiado. Desde 1940 existía en el campo un servicio fotográfico, llamado Erkennungsdienst y dedicado a hacer retratos policiales de identificación de los presos, pero también –y sobre todo con el tiempo– a otras actividades. Boix tuvo la suerte de ser destinado allí a finales de agosto de 1941; con él trabajaron algunos austriacos, alemanes y polacos, además de dos españoles: Antonio García Alonso José Cereceda. Todos ellos gozaban de unas condiciones de higiene, alojamiento y comida mejores que las de sus compañeros (entre 1944 y 1945 gozó sobre todo de ellas el propio Boix, que en esas fechas fue secretario del servicio); también disponían de una cierta libertad de movimientos por el interior del campo, lo que les permitía llevar a cabo determinadas actividades clandestinas. Así que, cuando la guerra se acercaba a su fin y los SS de Mauthausen decidieron deshacerse de las fotografías que habían tomado durante años, porque pensaron con razón que podían ser muy comprometedoras, Boix tuvo la audacia de guardarlas y, con la ayuda de un grupo de españoles que trabajaban fuera del campo y de una valiente austriaca llamada Anna Pointner, consiguió esconder una parte de ellas en el pueblo de Mauthausen hasta la llegada de los norteamericanos. Fue entonces, a partir del 5 de mayo de 1945, día de la liberación de Mauthausen, cuando Boix volvió a ejercer su oficio a pleno rendimiento. Suya es la mayor parte de las fotografías de los primeros días de libertad en el campo, algunas de ellas tan memorables como la que muestra la gran pancarta multilingüe que desplegaron los republicanos españoles para recibir a las tropas libertadoras, o como la serie que recoge el interrogatorio del moribundo y sanguinario comandante del campo, el coronel Franz Ziereis.

La difusión de las pruebas del genocidio

Boix permaneció todavía en Mauthausen hasta principios de junio, momento en que se trasladó a París. En esta ciudad transcurriría el resto de su vida. Ya desde sus primeros tiempos en la capital francesa consiguió que se publicasen muchas de las fotografías que daban fe del horror de Mauthausen, y en 1946 testimonió en dos procesos contra criminales de guerra nazis, celebrados en Nüremberg Dachau. Murió cinco años después, cuando apenas contaba 30. Nunca volvió a España. Nunca abandonó su militancia comunista. En sus últimos años viajó mucho, casi siempre como reportero gráfico para publicaciones de la órbita comunista, entre ellas 'L’Humanité', órgano del Partido Comunista Francés; su mala salud de exdeportado le obligaba no obstante a largas curas de reposo y largas estancias en hospitales, que sin duda aprovechó para redactar unas memorias de su paso por Mauthausen, de las que sólo se conserva el título: 'Spaniaker', término despectivo que los SS y los presos comunes del campo usaban para referirse a los españoles. Contra lo que se ha dicho, nunca sacó dinero de sus colecciones fotográficas, aunque hizo todo lo posible por difundirlas, y acabó entregando buena parte de ellas a las organizaciones de supervivientes y a la prensa comunista o afín al comunismo. Está enterrado en el cementerio de Thiais, al sur de París. Tras su muerte cayó en el olvido, pero por lo menos hasta el año 2001 algunos de sus amigos y compañeros de Mauthausen –Ramón Bargueño, de Toledo; Alejandro Bermejo, de Madrid, y Pablo Escribano, de Rasueros, Ávila– se ocuparon de mantener limpia su lápida.

Desmontando un testimonio embustero

En las páginas que prefiero de este libro admirable, Bermejo desmonta pieza a pieza, hasta aniquilarla, una versión alternativa del robo de las fotografías de los SS de Mauthausen debida a uno de los compañeros de nuestro hombre en el Erkennungsdienst; según ella, fue ese compañero de Boix y no Boix quien salvó las fotografías, y su hazaña le fue arrebatada por Boix, que además se habría enriquecido vendiendo el material robado: todo ello con la aquiescencia o el aliento de la dirección clandestina de los comunistas en el campo. Salvo el testimonio embustero de este compañero desleal, todos los que conservamos sobre Boix son unánimes: todos ellos describen a un muchacho de una vitalidad y una alegría infecciosas, de una simpatía y de una vehemencia incontenibles, de un coraje probado y de un optimismo sin fisuras; también son unánimes los retratos fotográficos que conservamos de Boix: en todos aparece un hombre joven y apuesto, iluminado a perpetuidad por una sonrisa radiante. Es la viva estampa del héroe.

'EL FOTÓGRAFO DEL HORROR'. La reedición del libro de Benito Bermejo, con material gráfico nuevo y prólogo de Javier Cercas, lleva un subtítulo que explica a la perfección su contenido: ‘La historia de Francisco Boix y las fotos robadas a los SS de Mauthausen’. Llegará a las librerías el 7 de mayo.