Conozca a Antonio Orozco como la palma de su mano

Le leemos la mano al rockero trianero, que ya está grabando la tercera edición de 'La Voz'

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ANA SÁNCHEZ

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DE ANTEMANO

Hay que quedar con él sin prisas. Responde haciendo curvas. “Soy muy remolón –reconoce–. Doy muchas vueltas para decir una cosa”. Nombre completo: Antonio José. Así le llama su madre cuando le riñe. Tiene 42 años y un hijo. Catalán por fuera, 'andalú' por dentro. Zalamero de manual: sabe camelar y poner la mirada del gato de 'Shrek'.

Le siguen llamando “baladista de rock urbano”, aunque ya hayan pasado 13 años desde su balada 'best-seller': 'Devuélveme la vida'. El rockero trianero acumula en el currículo más de mil conciertos, medio millón de discos vendidos (acaba de publicar una reedición 'deluxe' de 'Dos Orillas') y la silla giratoria de 'coach' de 'La Voz' (ya ha empezado a grabar la tercera edición). Su fórmula del éxito: “Es sencillamente que trabajo muchísimo”. 

Iba para informático y llegó a jugar con el Barça de fútbol sala. Ahora canta y boxea, aunque fuera del ring, dice, solo le gusta pelearse con sus plantas. Hombre cabezota. “Sí. Voy, y voy, y voy. Y me la pego 50 veces en el camino. Pero si creo que es, no paro”. 100% visceral. Impulsivo –“así me va”– e inquieto. Le da muchas, muchas, muchas vueltas a la cabeza. Eso significa que para que duerma del tirón hay que ponerle un documental. “Solo consigo dormir cuando alguna otra cosa desvía mi atención”. Se le podría leer a través de sus tatuajes. “Tengo muchos, tantos como cosas importantes de las que no me acuerdo”.


Hay tres cosas sin las que no puede vivir: Skype, cantar y amar. Skype, FaceTime, Tango, Viber... Cualquier tecnología que permita la cercanía.

Con su hijo. Yo hablo con él todos los días, esté donde esté, en el Congo o en las chimbambas. Tiene 8 años. Soy un gran especialista en juegos por Skype.

Skype, cantar, amar. ¿No le falta ninguna de las tres cosas? No me falta ninguna.

Es feliz. Sí. Soy absolutamente feliz. No se puede ser más feliz en este momento de mi vida.

¿No echa nada de menos? Siempre hay algo que se echa de menos. Echo mucho de menos a mi padre, pero murió. Mi padre murió, pero en mí está más vivo que nunca. 

Aún le cuesta hablar de él. Es algo tan, tan, tan profundamente personal. No solo no hablo, sino que tampoco canto. Me cuesta mucho.

Usted tenía 20 años. Fue un accidente. 

En la obra. Trabajando. Se cayó. No es que yo no hable, es que… Son traumas que forman parte de la vida de todo el mundo, pero como fue tan aparatoso... Son cosas que aún las tengo ahí.

Es un hombre visceral. Sí, demasiado. De hecho, los grandes, grandes, grandes problemas que he tenido han sido por decisiones impulsivas.

¿Por ejemplo? He hecho negocios con gente absolutamente inadecuada. Por sensaciones. Y lo voy a seguir haciendo, desgraciadamente.

Seguir ese impulso. Debería no hacerlo, pero si estamos aquí hablando hoy es precisamente porque tengo ese impulso. Si no, sería informático y trabajaría 20 números más abajo [en la Diagonal de Barcelona], en Bang & Olufsen, que es donde he trabajado toda mi vida.

Se arriesga. Sí. A veces me sale bien y otras me encuentro con personas que parecían ser mis mejores amigos y no son amigos ni del diablo.

¿Muchos amigos se han evaporado con el dinero? He tenido la suerte o la desgracia de pasar por todos los estados económicos por los que un hombre puede pasar.

Ah, ¿sí? Lo he tenido y lo he dejado de tener. Así que con esas cosas ya no me asusto.

¿Está más a la defensiva? Más atento. 

¿Hay mucho aprovechado? Eso sería hablar con odio. Ellos saben perfectamente quiénes son.

¿No es rencoroso? No, ya se me está quitando. Lo he sido.

¿Se ha vengado? No. 

¿Ha perdonado? [Se lo piensa 5 segundos] No.

¿Ha sido la mayor decepción de su vida? Una de las peores. Cuando se tiene un momento de brillantez económica, siempre aparece el lobo.

Con amigos duele más. Sí. Cada vez que me arruiné fue de la mano de alguno que decía ser mi mejor amigo [sonríe]. Creo que eso lo dijo Will Smith.

¿Cuál sería su estribillo vital? Tan solo se me ocurre amarte.

Ahora mismo, ¿iría al cielo o al infierno? Al cielo, que en el infierno he estado muchas veces ya [se ríe]. Además, por las mañanas está cerrado.


Trabajó en una fábrica de sal. En Sal Costa. Empecé a trabajar con 16 años.

Salero le sobrará. [Se ríe]. Me levantaba a la 6, me recogía un colega en coche, me llevaba al puerto. Empezaba a trabajar a las 7.15, salía a las 3, subía la Rambla hasta plaza de Catalunya y, de ahí, a la academia Premier. Estudiaba informática.

Menudo tute. Cuando uno quería un coche... 

Se compró un Panda. Que me robaron a los 15 días, por cierto, y estuve pagando dos años.

¿Borraría algo de su currículo? No. 

¿Nada? Lo que no te mata, te hace más fuerte.

En los aviones escribe cuentos. Lo hago hace muchos años. ¿Sabe qué pasa? Que me aburro estrepitosamente.

¿Cuántos acumula? Tengo varios. Los escribí para contárselos a mi hijo. Ahora estoy haciendo algo que está más cerca de una novela. 

¿Para mayores? Para todos los públicos. No tiene título, pero se está llamando 'La ciudad de los sueños'. La empecé a escribir hace dos años.

¿Alguna espinita que sacar? No, pero me quedan muchas cosas por hacer.


Se estrenó en el sexo a los 17. Creo que sí, a los 17 o a los 16, no me acuerdo.

No dice tantos “te quiero” como canta. No. Pero es una expresión bastante común. Yo escribí una canción que decía que amar no es querer. Querer es más trivial, más del día a día. Cuando amas a alguien, te comprometes.

Usted es más de querer que de amar. Me gustaría no ser así. 

¿Cómo se declara un cantautor? La última vez, me declaré... [Se lo piensa]. Le pedí a alguien que me acompañara al dentista. Es que no sabía cómo decirle a alguien tan especial algo especial.

¿Le acompañó? Sí. 

¿Y fue especial? Fue maravilloso. Porque nunca llegamos a entrar en el dentista. Pasamos de largo [se ríe]. 

¿Lo más romántico que ha hecho? [Se lo piensa 1 segundo, 2, 3… Medio minuto]. 

Eso es que hay muchas cosas. Sí. Muchísimas. Podría hablarle de la semana pasada: estaba viendo un programa de televisión en el que hablaban del 'pequeño Nicolás', pero lo único que importaba eran la manta, los pies y la bolsa de pipas que nos estábamos comiendo.

¿El romanticismo es una actitud? Sí. Siento que todo lo que ocurre a mi alrededor es superromántico. De verdad que lo siento. Yo genero momentos románticos porque vivo con romanticismo en general.

Su hijo es el punto de equilibrio de su vida, dice. Digamos que es el eje de todas las cosas. Hace muchos años que no hago nada sin pensar primero: “¿Cuál es la consecuencia para mi hijo? Y lo segundo: “¿Lo vivirá con dignidad?”.

¿Qué le desequilibra a usted? La distancia.