Voces de Brasil

Los escritores Rubens Figueiredo y Bernardo Kucinski ejemplifican la diversidad de la literatura brasileña, todavía muy desconocida en España

Bernardo Kucinski.

Bernardo Kucinski. / periodico

IMMA MUÑOZ / Barcelona

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

¡Rápido, nombre los tres primeros escritores brasileños que le vengan a la mente! Piense, piense. Tres nombres. ¿No? Una pista: el autor de 'El alquimista' lo es. ¡Ahá! Ya tiene el primero: Paulo Coelho, uno de los grandes superventas de la historia. ¿Se atreve con el segundo? Una mujer, con nombre y aspecto de dama sofisticada, que tuvo amplio predicamento entre la intelectualidad patria en los 90. Exacto: Clarice Lispector. ¿Se le ocurre un tercero? Si no, no se preocupe. Podemos dar la hipótesis por comprobada: con lo mucho que sabemos acerca de Brasil, con lo que nos fascina ese país que es casi un continente, y respecto a su literatura andamos más bien despistados.

Pero este año tenemos la ocasión perfecta para poner remedio a ese desconocimiento: Brasil es el invitado de honor de la Feria del Libro de Fráncfort, la más importante del sector, y no piensa desaprovechar la oportunidad de demostrar que tiene mucho más que ofrecer que playa, ritmo y filigranas balompédicas. La cita será en octubre, pero hasta que llegue ese momento, en el que las letras brasileñas estarán día sí y día también en las secciones culturales de la mayoría de diarios del mundo, vale la pena aprovechar que dos de los más interesantes autores brasileños han llegado a las librerías españolas para sembrar la semilla de la curiosidad por una literatura tan rica y diversa como el país que la ha engendrado.

Los autores en cuestión son Rubens Figueiredo (Río de Janeiro, 1956) y Bernardo Kucinski (Sao Paulo, 1937) --ganador en 2011 y mención de honor en 2012, respectivamente, del premio Portugal Telecom, uno de los más importantes en lengua portuguesa-- y visitaron España a las puertas de la primavera, invitados por Rayo Verde, la editorial que se ha decidido a que dejen de ser unos desconocidos en estas latitudes. A las antípodas uno del otro en cuanto a personalidad, trayectoria vital y proyección pública, comparten sin embargo la voluntad de convertir la pluma en un ariete capaz de derribar los muros que levanta el sistema para ocultar la injusticia y sitiar la dignidad.

Debut en español

La Barcelona que recibe a Rubens Figueiredo es fría y lluviosa y no invita en absoluto a pasear por ella, aunque eso no es obstáculo para que el escritor acepte la propuesta del fotógrafo de salir a la calle y subirse al primer autobús que pasa. Tal vez porque es la imagen que mejor casa con su libro, 'Pasajero del final del día', o tal vez porque la timidez que se adivina tras su extrema amabilidad le impide oponer resistencia. En cualquier caso, cuando se sienta a hablar de esa obra que supone su debut ante el público español, pese a que es la octava que escribe, lo hace con un punto de euforia por la aventura vivida. No suele hacer cosas así para promocionar sus libros.

"No me gusta el movimiento. Mi editora brasileña dice que es necesario para que se conozcan los libros. 'Entonces encárguese usted', le respondo. Yo confío en ella", expone. Tal vez no le guste la idea de promocionar sus libros, de tener que hacer cosas especiales para venderlos, pero es evidente que le gusta hablar de ellos. O que simplemente le gusta hablar, en general. Y escuchar. Compensa así las horas de soledad y silencio que le impone su profesión de traductor, con la que se gana la vida, junto con las clases de portugués que da tres noches a la semana en un instituto público de Río. "En Brasil es casi imposible vivir de la literatura. Pero no me quejo: no es malo para un escritor vivir como las demás personas. Si no se tiene una vida real, es imposible escribir sobre la vida real", argumenta.

La suya está pegada a la calle. "Soy profesor desde hace 28 años, y mis alumnos pertenecen al grupo más pobre de la población --explica. Me gusta mucho mi trabajo: aprendo más de lo que enseño. Mis alumnos me han aportado mucho más que cualquier libro que yo haya leído". De las miles de horas compartidas con ellos sale este 'Pasajero del final del día' que le dio el premio Portugal Telecom en 2011, un reconocimiento que le abrirá las puertas de varios países, puesto que supondrá la traducción de una obra que, hasta el momento, no había salido del ámbito lusófono. Un libro, pues, que supone apertura. Pero también cierre.

Sabiduría concentrada

"Empecé a escribirlo con 50 años. Ahora tengo 57, y he estado todo este tiempo escribiéndolo y reescribiéndolo, porque supone la consolidación de toda mi experiencia vital, la plasmación de mi forma de ver la vida. Yo soy de clase media, media-baja tal vez, pero mis alumnos son de clase muy baja, muy, muy baja. Y la relación con ellos ha hecho que me plantee constantemente el porqué de la desigualdad social, qué está en el intervalo entre una clase y otra, qué construye esa distancia. Este libro indaga en eso".

Su protagonista, Pedro, viaja en autobús para pasar el fin de semana con su novia, que vive en uno de los barrios más pobres y conflictivos de Río. El cambio de paisaje y la lectura del libro que le acompaña en el trayecto, un relato del paso de Darwin por Brasil, le llevarán a tomar conciencia, casi sin quererlo, de los mecanismos que emplea el sistema para perpetuar la desigualdad, universales en tiempo y lugar. "Soy un hombre que viaja poco, pero creo que puedo afirmar que lo que dibujo en el libro pasa en todas partes del mundo", dice casi en un susurro. Figueiredo habla bajo y en un peculiar 'portuñol', pero, contra pronóstico, logra mantener en todo momento la atención del interlocutor: la sinceridad y la nobleza de lo que dice y de cómo lo dice calan en quien tiene enfrente. Lo mismo exactamente podría decirse de su libro. Autor sin alharacas, pese a los premios; traductor sin alharacas, pese a ser considerado uno de los que mejor conoce a Tolstoi; libro sin alharacas, pese a su exquisito dominio del lenguaje y la innovación formal.

Exasesor de Lula

Bernardo Kucinski es otra cosa. Desde el porte, de aristócrata de sangre roja, hasta el tono de voz, recio y con un punto de exigencia que lleva a pensar que no le costaría dar órdenes y sí aceptarlas. Su trayectoria profesional lo confirma: periodista sin pelos en la lengua ni miedo a la polémica, fundó destacados periódicos alternativos en su país y en 1970 se marchó a Gran Bretaña, donde colaboró con medios como 'The Guardian' y la BBC. De vuelta en Brasil poco después, combinó el periodismo activo con docencia, y empezó a colaborar con el Partido de los Trabajadores de Lula, a quien asesoró en su primer mandato, entre 2002 y 2006.

"La llegada de Lula al poder fue una revolución: ¡un operario elegido presidente en una sociedad esclavocrática! Llegamos con muchas ganas. Y yo tenía un trabajo muy especial: hacía un informe analítico diario, lo primero que leía Lula cada mañana, en la línea de las 'Cartas ácidas' [con ese nombre se recogieron en un libro] que llevaba años enviándole como periodista. Tenía una relación directa con él. Pero con el tiempo me incomodó una cosa: yo estaba allí en el poder, y me codeaba con militares que entraban y salían, y quedaban conmigo para charlar... Y la cuestión de mi hermana desaparecida me estaba comiendo por dentro", explica.

Su hermana y su cuñado fueron víctimas de la dictadura militar que atenazó Brasil entre 1964 y 1984. Un día de 1974 sacaron a pasear al perro y se los tragó la tierra. Desaparecieron. Los desaparecieron. Por eso volvió Kucinski a Brasil. Por eso ha añadido una obra de ficción a la quincena de títulos de ensayo económico, periodístico y político que le han convertido en intelectual de referencia y azote de gobernantes en su país. "Cuando mi hermana desapareció, no pude escribir sobre ello. Siempre había un impedimento íntimo para hacerlo. Primero había demasiado trabajo: enviar cartas, visitar a asociaciones que pudieran ayudarnos a encontrarla... Y, después, la maté. Me lo decía un familiar de un desaparecido chileno al que entrevisté en Londres: 'Ellos nos obligan a matarlos'. Y así es, sucedió también conmigo: hubo un día en que maté a mi hermana y olvidé el asunto para poder seguir adelante".

Catarsis literaria

Pero el asunto seguía allí, y al final decidió abordarlo a través de la literatura. "Tenía que ser de esta forma. Yo me había quedado la biblioteca de mi cuñado, la parte de la herencia familiar que le correspondía a mi hermana... Las culpas se van acumulando, y este tipo de sentimientos solo pueden expresarse así, no sirve la mera exposición de unos hechos". La catarsis fue 'Las tres muertes de K', donde la K remite a Kucinski y remite a Kafka, en quien es inevitable pensar al leer la historia de ese padre que busca a su hija desaparecida.

"Como nuestra literatura, nuestra dictadura es poco conocida --lamenta el periodista. Tal vez porque, a diferencia de lo que pasó en Chile o Argentina, hubo apenas 500 muertos y siempre se intentó mantener la apariencia de democracia. Pero el segundo orden de represión, el de las depuraciones y las listas negras, afectó a más de 50.000 personas", denuncia. La Comisión de la Verdad que la presidenta Dilma Rousseff instauró en 2012 para investigar esos crímenes debería servir para cerrar heridas, pero Kucinski no confía en ello. "El Estado quiere contentar a las víctimas, pero sin crear problemas", sentencia.

Así que, contra la falta de valentía gubernamental, literatura. Y también para conocer la realidad del país de moda, lo que subyace tras el milagro económico. Que la tinta puede proporcionar más placer que la caipirinha.