Las cuentas de Catalunya

Pacto fiscal, la verdad de las mentiras

Los catalanes no pagamos más de lo que nos toca, sino que recibimos menos por nuestra población

JOAQUIM COLL

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El historiador Niall Ferguson, en la presentación de su libro 'Civilización. Occidente y el resto', parafraseando la célebre frase de Karl Marx sobre la religión, declaró que el nacionalismo se había convertido en la cocaína de las clases medias. Se apresuró a matizar que en Europa solo está disponible con receta, pues desde mediados del siglo XX la gente ya no va a la guerra, no se mata por la patria. Sin embargo, la pulsión nacionalista vuelve a ser otra vez muy poderosa y se ha convertido en el banderín de enganche populista de no pocas formaciones políticas, sobre todo de derechas.

Por desgracia, en España no estamos libres de esta plaga: los debates patrioteros y los agravios territoriales son el pan nuestro de cada día. Se ha convertido en una droga que suministran irresponsablemente no pocos medios de comunicación, tanto en Madrid como en Barcelona. Por un lado, la cultura política del nacionalismo español es mayoritariamente antiliberal, y se muestra incapaz de aceptar la diversidad plurinacional como un hecho positivo de la realidad española contemporánea,

Por otro, en Catalunya, aunque el soberanismo se presenta como moderno, y como algo que viene de abajo, juega al populismo y en su vertiente más neoliberal tiene un tufo reaccionario. Lo estamos viendo a diario en el debate sobre el llamado pacto fiscal, donde se mezclan verdades con mentiras deliberadas. La campaña que lleva a cabo CDC a favor de la hacienda propia es muy demostrativo de todo esto, pues afirma sin ningún matiz que «el déficit fiscal catalán en el 2009 fue del 8,4% del PIB, 16.400 millones de euros, de 45 millones diarios, lo que quiere decir que cada catalán paga de media 2.200 euros al Estado que no vuelven». La consigna convergente remata la argumentación afirmando que, «por el hecho de ser españoles, cada catalán contribuye con un gravoso peaje de seis euros diarios, que se van y no regresan de ninguna forma». Se trata de una cansina letanía si no fuera también que es un peligroso amonal ideológico.

Pues bien, resulta que esos datos no son contables. El verdadero saldo fiscal catalán por el cálculo del flujo monetario fue deficitario en solo 792 millones en el 2009. Curiosamente, el otro cálculo, el llamado flujo beneficio, ofrece por primera vez superávit. Los famosos 16.000 millones que tanto repiten algunos no son un dato objetivo de la realidad. A esa cifra se llega solo a través de una fórmula académica llamada neutralización de las balanzas. Se trata de suponer qué hubiera pasado si todo el déficit público de la Administración General del Estado se equilibrase de golpe por la vía de los ingresos, de los impuestos. Ocurre, sin embargo, que tal hipótesis no se ha efectuado nunca en ningún lugar el mundo. Tampoco en España, con lo que es mentira que se hallan volatizado en el 2009 de los bolsillos catalanes tantos millones de euros. Además, los intentos por reducir nuestro enorme déficit público no se están produciendo principalmente por la vía de aumentar los ingresos, sino, como observamos a diario, recortando drásticamente los gastos y la inversión, a través de durísimos recortes sociales. En este acaso, la hipótesis académica de neutralizar las balanzas por la vía del gasto nos conduciría a un déficit fiscal sustancialmente menor, el 6,3% del PIB. Sin duda sigue siendo excesivo, aunque, insisto, no se trata de un auténtico saldo fiscal, sino de otro cálculo posible.

Eso no significa que no debamos de tener en cuenta el déficit generado por el Estado, e imputarlo de alguna forma sobre las balanzas fiscales. Ahora bien, lo que no se puede hacer es un uso populista, demagógico, pues todo esto es bastante más complejo. Y, por supuesto, lo que no se pude hacer es resumirlo en un eslogan de partido en un momento socialmente tan delicado. Lo triste es que ciertos economistas se presten a hacer propaganda política en programas televisivos o radiofónicos, alimentando el pensamiento único y ciertos tópicos sobre la España meridional, gandula y despilfarradora, de la misma forma que otros en Alemania hablan en términos parecidos de los europeos del sur.

Por supuesto que nadie serio discute que exista un déficit fiscal catalán. Pero es muy diferente afirmar que somos víctimas de un robo sistemático, como hacen los nacionalistas, a sostener que hay un déficit crónico en inversiones. Los catalanes no pagamos más de lo que nos toca, sino que recibimos menos en relación a nuestra población y de lo que estratégicamente conviene a la economía catalana y española para salir de la crisis. Hay que ir con mucho cuidado cuando se vincula el debate sobre las balanzas fiscales con la de la financiación de la Generalitat. Son variables que van en paralelo, pero la segunda no es una consecuencia de la primera. Tampoco nadie duda de que haya que mejorar la autonomía financiera del autogobierno, ni que los instrumentos de solidaridad con el resto de España se deban de ajustar más, ni tampoco que la lealtad institucional de lo que pactado con el Estado se deba garantizar. Hagámoslo, por favor, sin populismos, desde la unidad política y el sentido común.