UNA REMONTADA MÁGICA

Luz hacia Wembley

El Barça recupera todas sus virtudes y aplasta al Milan empujado por un Camp Nou grandioso

Alba, tras el gol, (izquierda) y  Messi festejan el pase azulgrana.

Alba, tras el gol, (izquierda) y Messi festejan el pase azulgrana.

DAVID TORRAS
BARCELONA

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No fue un milagro porque los milagros no tienen explicación, y lo que ocurrió anoche en el Camp Nou sí la tiene: el Barça. Sí, tan simple y tan excepcional. El Barça de verdad, el de Pep y el de Tito, el de Leo y el de Messi, el de Pedro y el de Villa, el de Xavi y el de Iniesta, el de Busquets y el de Piqué, el de Puyol y el de Mascherano, el de Alves y el de Alba, el de Valdés, el Barça de Wembley salvo Abidal, el Barça que ha cambiado la historia y al que miles de culés acompañaron ayer en un viaje celestial, alzó la voz para gritarle al mundo que no está muerto, que no se ha ido, que ha vuelto y que marcha camino de su santuario: Wembley. Allá va, otra vez.

El Milan y sus siete Copas de Europa fueron engullidos por una máquina extraordinaria, una pieza única capaz de conducir nada menos que a los italianos al mismísimo infierno, en una tortura sin tregua, que abrió Messi en el minuto 4 y cerró Alba pasado ya el 90, con otro gol de Leo y uno de Villa por en medio, un 4-0 que casi 20 años después mitiga el golpe de Atenas. No era una final, pero la remontada entraña un enorme valor por el componente reivindicativo y por la vida que da seguir en la Champions. En Milan nació la sensación de que este equipo desfallecía, reforzada por las derrotas ante el Madrid, y ante el Milan se cerró ese círculo poco virtuoso.

EL VIERNES, SORTEO / Para desgracia de quienes llevaban días y días despidiendo al Barça de Europa y abriendo camino al Madrid hacia la décima, el viernes esa bola que daban por perdida estará en Nyón, en el bombo del sorteo de cuartos, y quién sabe tal vez acabe al lado de una blanca. Y seguro que, después de contemplar a este Barça, ya no reirán tanto como estos últimos días, tan irrespetuosos con el enemigo que más les ha hecho llorar, ajenos incluso al golpe que ha sufrido este grupo con la recaída de Tito.

Nada que ver con la honrosa imagen de los 5.000 italianos que llegaron cantando y, ya con el estadio vació, se quedaron sentados en un silencio sepulcral, en estado de choque, sin acabar de creer lo que acababa de suceder.

Y lo que sucedió fue una de esas noches que los culés recordarán. Por las que vale la pena todo el sufrimiento acumulado, todos los miedos cultivados en las últimas semanas, los pecados cometidos por pensar que este equipo había empezado a perderse, las miles de preguntas lanzadas con voz de desconfianza ('«¿Com ho veus? ¿Què farem?»'), los malos pensamientos que había ido provocando el equipo y que ayer borró de un plumazo. Con grandeza, con el amor propio que había ido abandonando, tal vez sin darse cuenta.

CANTAR Y BAILAR / El estadio estuvo a la altura, más digno que cualquiera, natural, espontáneo, en un gesto de madurez que ha labrado al lado de este Barça.No necesita que nadie le diga cómo debe comportarse, ni cómo debe animar. Se basta y se sobra para saber qué camino debe seguir y, si algún día, elige otro que le devuelve a los viejos y malos tiempos, será una mala señal. Entonces sí querrá decir que el equipo se ha perdido y no habrá animación que valga.

Pero ahora no. Ni hablar. Ayer el Camp Nou pareció Old Trafford o Anfield, con los culés cantando y brincando como nunca, de principio a fin, concienciado para cumplir el papel que le corresponde, poniendo la mano en el fuego por los suyos, en un espectáculo grandioso, y que tuvo el punto justo de excitación, sin llegar a perder nunca la cabeza. Y así se comportó también el equipo, intenso pero sereno, dando un recital de toques y más toques, pero todos con sentido, como si en cada uno le pusiera toda la pasión, toda la inteligencia, toda la sabiduría aprendida en cientos, en miles de rondos, la mayoría desde que eran unos críos y crecieron amando esta cultura. Y otra vez la mostraron al mundo, otra vez dibujaron un bello mensaje con el balón diciendo: «esto es el Barça».

Sí, este sí es el Barça, y este Barça, el de verdad, dejó en evidencia al otro, al que flirteó con algunos pecados que nunca había cometido. No se ganó el perdón porque no había sido condenado. Pero este es el camino por el que se llega a Wembley.