Trabajo en una empresa multinacional del sector de las nuevas tecnologías, con responsabilidad de alcance europeo, que ha participado en todos los congresos Mobile World Congress de forma muy activa: este año, unos 70 ejecutivos de mi compañía acudirán a la convocatoria de Barcelona. Vivo en una zona residencial de Mataró (con unos 123.000 habitantes) y me da vergüenza cuando les cuento a mis colegas europeos y americanos que no tengo acceso a la telefonía móvil desde mi casa, con lo que no puedo mantener una conversación ni consultar el correo electrónico a través del móvil: no existe cobertura de datos, ni siquiera de voz, en mi domicilio, que está a 30 kilómetros de Barcelona, capital mundial de la `movilidad¿. No hay cobertura de ningún operador, pues soy cliente de Movistar y Vodafone. El ADSL es también deficitario. Movistar no ofrece más de un megabyte en mi zona, y las otras operadoras no dan servicio. Las interrupciones son la norma; los días de lluvia no hay servicio, los de viento, tampoco, y, cuando lo hay, la velocidad es insuficiente para mantener una videoconferencia. A estas alturas, es obvio que la mejora de la competitividad pasa, entre otras cosas, por un uso extensivo y universalizado de las tecnologías de la información y la comunicación. Que Barcelona continúe organizando el principal congreso de telefonía móvil de Europa hasta el 2018 es, sin duda, una buena noticia. Pero que a 30 kilómetros de la capital de la telefonía móvil estemos digitalmente incomunicados no solo es una vergüenza, sino un insulto de las operadoras y algunos políticos a la competitividad y a nuestro futuro.
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