Cada mañana se me hace más difícil renovar mis energías y rearmar mis ilusiones porque la realidad, cual agujero negro, las engulle. Pienso en hacia dónde nos dirigimos y lo único que vislumbro, allí, en el horizonte, es esa inmensa oscuridad, vacía y amorfa, que inexorablemente se nos aproxima. Resulta que confías en la empresa en la que trabajas y hacen un ERE; confías en tu banco, al que le entregas lo poco que tenías ahorrado, y ahora no tienes nada; te crees las palabras de aquel que promete tener la solución de todos nuestros males y después de que a través del sufragio le das tu confianza resulta que, instalado en la poltrona del poder, te martiriza aún más que el anterior. ¿Y en qué creer? Pues yo creo en mí, en mi capacidad para crear a través de mi mente, en elaborar pensamientos que me permitan convertir en realidad mis propósitos. De este modo, dentro de mis limitadas posibilidades y mis paupérrimos recursos, me siento digno, íntegro, por ser capaz de decir basta al sometimiento. No gasto de forma compulsiva y absurda, no tengo coche ni móvil y abono mis facturas cuando casi me vence la orden de pago. Pero los míos y yo somos felices porque ya no esperamos nada de aquellos que con cada palabra nos engañan, porque nos conformamos con amarnos, respetarnos y ayudarnos. Hemos descubierto que la verdadera realidad no nos la pueden imponer sino que está en nosotros: en nuestros pensamientos y en nuestra fuerza para que prevalezca.
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