En 2008, Margaret Chan, directora de la OMS, hizo una llamada mundial de atención sobre la repercusión de la crisis en la salud mental. Pasan los años y la situación no solo no mejora sino que camina hacia un desastre socioeconómico de proporciones inimaginables. Desde mi humilde posición de profesional de la salud mental, la visión de lo que sucede es, tristemente, privilegiada. En las consultas ambulatorias de salud mental (y en las de atención primaria) observamos un progresivo aumento de demandas y consultas relacionadas directamente con la situación de crisis. Hay estudios que cifran el incremento de demandas entre el 5 y el 15%: por estrés laboral y financiero; aumento del consumo de fármacos 'anestesiantes' del sufrimiento (antidepresivos y ansiolíticos) y de patologías relacionadas con consumo de alcohol y tóxicos y, lo que es un verdadero drama, de suicidios. En Grecia, estos se han incrementado en un 40%, cifra que es un verdadero espanto. En Italia han sufrido dramas similares con una 'epidemia' de suicidios de personas arruinadas (14 en los dos últimos meses). Y en Catalunya también se producen aunque no tengamos noticia de ello. Los profesionales de la salud mental no podemos permanecer en silencio. Verdaderamente, la crisis se ha convertido en un factor de riesgo de primera magnitud y tiene una capacidad maligna de inducir trastornos emocionales, psicológicos y psiquiátricos. Las consultas asistenciales empiezan a desbordarse: crece la demanda y se recorta la oferta, y el riesgo es obvio. No se puede seguir recortando en salud, no se puede seguir recortando en salud mental. Es, sencillamente, un peligro.
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