E l pasado 17 de agosto estuve con mi familia dando una vuelta por Ciutat Vella. Nos propusimos tomar algo en alguna de las terrazas de la plaza de Sant Josep Oriol, detrás de la basílica de Santa Maria del Pi. Nos sentamos en tres de ellas y de las tres nos hicieron levantar porque nos decían que la terraza solo era para comer. Eran las siete y diez de la tarde. Ni las nueve, ni siquiera las ocho, a pesar de que en algunas mesas ya se podían ver las clásicas paellas con sangría.
Cuando la alcaldesa Colau dice apostar por otra manera de gestionar el turismo que viene a nuestra ciudad, supongo que también se refiere a esto: a exigir al mundo de la restauración que no brinde un trato excluyente a los barceloneses porque a las siete y diez les apetezca disfrutar de su terraza tomándose una cerveza en lugar de hincarse una paella con
sangría.
Seguramente más adelante, en octubre, noviembre, diciembre... , les encontraremos plañideros en las puertas de sus bares, ofreciéndonos sus cartas y sus servicios, mientras una fina lluvia recala en sus rostros. Será en ese momento cuando haya que recordarles que si no hacen caja, se coman sus cartas y sus servicios aderezados con su codicia.
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