Parece mentira que, después de tantos meses de repetir los mismos argumentos en entrevistas, tertulias, conferencias y parlamentos, todavía no hayamos desenmascarado el falso debate, el discurso falaz en el que se mueve el proceso soberanista. Horas y horas nos hemos pasado hablando de cumplir la ley, de legitimidad democrática, de semejanzas y diferencias con el proceso escocés, etcétera, sin que, lógicamente, ninguno de los argumentos moviera ni un milímetro la posición razonada y lógica contraria. Digámoslo de una vez y matamos el tema: no se trata de una confrontación entre legalidad y democracia, sino de dos voluntades contrarias disfrazadas de argumentos legales y políticos que nunca se moverán del bucle en el que se han instalado. Una gran mayoría de la sociedad catalana quiere un cambio político, previsiblemente hacia la independencia, y busca la legitimidad necesaria para que esta pueda ser reconocida. Al otro lado, el Estado no está dispuesto a permitirlo y utilizará todos los recursos legales y alegales para impedirlo. En resumen: Catalunya quiere conseguir una independencia reconocida internacionalmente y España lo impedirá. ¿Qué tal si lo planteamos en estos términos y nos dejamos de falsos debates?
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