El Teatre Nacional de Catalunya (TNC), inaugurado en 1996, se construyó bajo la dirección del arquitecto Ricardo Bofill y se ha convertido en un icono de la arquitectura de la ciudad, una verdadera joya de impecable factura que recuerda los templos escultura de la antigua Grecia. Loable, magnífico. Lo que resulta increíble es que el arquitecto no considerara la construcción de una rampa para discapacitados en la fachada principal. Espacio no falta. Pero la obra obtuvo también el visto bueno de un arquitecto municipal y unos dirigentes del teatro que no consideraron un acceso al alcance de todos.
El TNC se ha construido en la Catalunya del siglo XXI, en un espacio donde todos tienen cabida, donde no han de existir ciudadanos de segunda que accedan al teatro por una entrada secundaria. Una rampa cruzando la escalinata, dividiéndola en dos, supondría una obra reconciliadora e inclusiva para las personas que usan silla de ruedas y quieren acceder por la entrada principal, como los demás ciudadanos. Hago esta propuesta considerando que la estética no ha de imperar sobre la práctica y apelando a una justicia social que busca una normalización del entorno en el que todas las personas, con diversidad funcional o no, cuenten a la hora de construir edificios y donde por alguna extraña razón se excluye a la minoría. No creo que la gente con diversidad funcional esté discapacitada. ¿No será que nuestra ciudad sufre discapacidad?
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