Mi hijo Gael tiene 22 meses. Estábamos cenando y en el telediario apareció la imagen de un tanque que avanzaba por una carretera de Ucrania. Gael me miró con una gran sonrisa y dijo "¡uuh!" a la vez que movía el brazo arriba y abajo, como yo, torpemente, le he enseñado que hacen los elefantes. El tanque levantaba su trompa en dirección a algún objetivo al que disparar, Gael esperaba mi respuesta. Ante tanta ternura, tanta pureza e inocencia, la crueldad humana se me antojó insoportable. ¿Cómo decirle que no, cómo explicarle que es un tanque destinado a matar personas? ¿Cómo alguien puede entender que adultos disparen contra poblaciones llenas de niños que ven elefantes donde hay tanques? "Claro, cariño, es un elefante", le dije, y Gael siguió sonriendo por los dos.
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