Muchos diarios han recogido la gran noticia, esa que esperaba desde hacía más de siete años la familia colchonera. El Niño ha vuelto a casa. Por fin de vuelta el hijo prodigo, tras sus andanzas por Europa. Los suyos, que nunca le olvidaron y creyeron en él, están de enhorabuena. El joven luchador que se fue en busca de una mejor oportunidad vuelve a casa maduro, con las cosas claras. Es bonito que los sueños se hagan realidad y que el duro trabajo se refleje en metas alcanzadas. Pero hoy hay muchos Fernando Torres que se van con una vida en una maleta y su capital invertido en un billete de avión. Muchos Fernando Torres que no tienen tan claro que la puerta de regreso se abra de nuevo tan fácilmente. Somos muchos los condenados a ser una generación sin patria, a sentirnos extranjeros en casa, a vagar luchando por lo que unos cuantos nos han quitado. Unos cuantos que se pavonean impunemente porque tienen por cómplices a sus acomodados amigotes. Pero no nos vamos a callar, estamos desterrados pero no mudos, vamos a luchar por poner las cosas en su sitio, para que se deje de premiar la mediocridad y se valore a la gente por su formación y valía. Espero el día en que todos esos Fernando repartidos por el mundo podamos ver la recompensa. Y créanme, no necesitamos copar portadas ni a 40.000 personas recibiéndonos, nos conformamos con una oportunidad acorde a lo que realmente valemos.
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