Se hace difícil hablar de trabajo en los tiempos que corren, y parece que se ha convertido en algo prohibido. El trabajo dignifica a las personas, les da una razón para sentirse útiles y les proporciona un medio de vida. Ya no se piden lujos, ni siquiera sentirse realizado, sino tener un plato en la mesa diario y poder pagar las facturas mensuales que inevitablemente nos caen encima. Es sorprendente que entre la misma especie, de humanos a humanos, se aplique la presión, la intransigencia en situaciones límite donde nos necesitamos unos a otros. Si yo no recogiera las manzanas del árbol, muchos no tendrían qué comer; si yo no condujera el bus en el que tanta gente acude al trabajo diario, no habría empleados. He visto animales de especies diferentes ayudarse en momentos difíciles, incluso sin tener ningún vínculo. Todos somos imprescindibles en este planeta porque todos tenemos una función útil que encaja perfectamente con el engranaje de la vida precisamente para que haya vida. Sueño con un cambio de conciencia global con el que todo el mundo disponga de las mismas oportunidades, y el lugar donde vivimos ya no sea un desenfreno sino un mecanismo donde cada pieza tiene sentido.
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