Soy profesor, y al inicio de este curso, mientras les secabais las lágrimas a vuestros hijos al entrar en la escuela, yo no lo podía hacer con los míos porque estaba recibiendo a los vuestros. A la salida de ese primer día de colegio, allí estabais para abrazarlos y recibirlos, y yo no pude hacerlo con los míos porque estaba pendiente de entregaros a los vuestros.
Cuando, acompañados de otros padres y madres, despedíais con la mano a vuestros hijos en el momento de irse de excursión, yo no pude hacerlo con los míos porque me encontraba dentro del autocar, acompañando a los vuestros. Aquellas colonias que compartí con vuestros hijos hicieron imposible que durante unos días pudiera dar el beso de buenas noches a los míos.
El día que os emocionasteis viendo la actuación de vuestros hijos en el festival de fin de curso, yo velaba entre bastidores para que todo fuera un éxito. Y mientras, en otra escuela, en otro escenario, mis hijos buscaban con la mirada la presencia de su padre entre la multitud y no pudieron encontrarlo.
Ahora estoy de vacaciones y sí, tengo el privilegio de poder compartirlas y disfrutarlas con mis hijos mientras muchos de vosotros, que trabajáis, tenéis que hacer auténticas virguerías para colocar a los vuestros. Y ahora, seguro que muchos de vosotros me echaréis en cara mi situación de privilegio como profesor y me acusaréis como responsable de impedir vuestra conciliación familiar.
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