A la vista de los últimos casos de corrupción en la política, no puedo dejar de pensar que muchas veces tenemos los gobernantes que tenemos porque en realidad somos lo que votamos colectivamente. Soy concejal de un pueblo pequeño y a lo largo de los años he conocido cómo funciona el Gobierno. La conclusión es que parte de los ciudadanos hace tiempo que ha dimitido de su obligación de fiscalizar lo que hacen los gobernantes. La consecuencia más inmediata ha sido la proliferación del amiguismo, el clientelismo político y en muchos casos, la corrupción. Y cuando alguien denuncia públicamente todas estas lacras y se encuentra en frente una estructura fuerte y dominante, ya está perdido. Luego, alguien descubre que lo que se había denunciado es verdad y ves como alcaldes y concejales prevarican, cometen fraudes, se atribuyen remuneraciones que no tienen justificación y benefician amigos, familiares y empresarios. Cuando esto sale a la luz, es cuando todo el mundo quiere hacer leña del árbol caído, olvidando que este árbol se ha hecho mayor alimentado en gran parte por unos votantes que hacían ver que no pasaba nada. Un día leí que una mayoría de los ciudadanos no quieren políticos rigurosos y eficientes sino que prefieren votar a personajes superficiales y manipulables. Es así como llegamos a la conclusión de que somos lo que votamos y que tenemos los gobernantes que nos merecemos por ser cómodos y aceptar consciente o inconscientemente actitudes moralmente reprobables.
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