La sinceridad es un bien muy valorado, pero conviene saberla administrar. Todos conocemos a personas que usan la sinceridad como argumento como si pensasen que su nivel moral se halla por encima del de los demás. Tengo un amigo al que veo de vez en cuando y al que aprecio cuya mayor virtud y al mismo tiempo mayor defecto es ser sincero. Así, cuando nos vemos, siempre suele recibirte con un arrebato de sinceridad: te veo más gordo, parece que se te ha caído el pelo... Maldita la gracia que me hace, esa sinceridad. No necesito que nadie me recuerde que el tiempo pasa de forma evidente para mí. Bajo el amparo de la sinceridad te clavan el cuchillo y se quedan tan anchos. Suelo ser prudente y no le digo a él que es muy feo y desagradable, su mujer es un tesoro y no merece que la disguste con un arranque de sinceridad. Me gustan las personas que saben administrar la sinceridad con cautela.
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