El 14 de agosto, Clément, un joven francés de 16 años, tenía que volar solo a París con Ryanair. Al facturar, nos dijeron que había una incidencia y nos hicieron pasar por su oficina: el nombre que constaba en el billete no era correcto porque le faltaba una letra y no coincidía con el DNI. Nos lo arreglaron, sellaron el billete y nos hicieron volver al mostrador de facturación. Allí le dieron la tarjeta de embarque. Pero, tras pasar todos los controles de seguridad y ya a punto de embarcar, una empleada de Ryanair le dijo que como había habido un cambio de nombre, tenía que pagar 70 euros para poder coger el vuelo. Él intentó explicar que no era un cambio de nombre, sino un error por una letra y ya subsanado. Sin éxito. Como no llevaba suficiente dinero ni móvil, suplicó que le dejaran hacer una llamada. La empleada no solo se negó, sino que le rompió la tarjeta de embarque y la tiró a la papelera. Ahí se quedó Clément, en la sala de embarque, hasta que una chica de AENA a la que pidió ayuda accedió a llamar a mi móvil y pudo explicarme la situación. Hemos puesto una denuncia, pero nada le compensará a Clément el mal trago.
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