Me he horrorizado ante el anuncio de un juguete diseñado para crear fundas de teléfono móvil personalizadas. Según sus creadores, es un "original y entretenido juego", y lo que me parece más aberrante es que está "recomendado a partir de ocho años".
Cuando ridiculicé el juguete ante mi hermana pequeña, que está en cuarto de primaria, ella me advirtió: "En mi clase hay seis niños con móvil". Me quedé sin palabras. ¿De veras nos hemos dejado invadir por la tecnología hasta estos extremos? Una cosa la tengo clara: dicho juguete está en el mercado después de un estudio de ventas. Estoy segura de que tanto Papá Noel como los Reyes Magos traerán este regalo con una gran sonrisa, sin plantearse siquiera la locura que supone. Se ha aceptado que los niños dispongan de un móvil con pleno acceso al mundo adulto y que les aleja de sus ganas de correr, jugar y saltar a la cuerda para llevarlos al deseo de sentarse en el sofá, donde perderán su vitalidad. Sabemos que juguetes como este fomentan esta prematura adicción, pero ¿no será que les resulta muy cómodo a los adultos dejar aparcados a los niños delante de una pantalla?
Y un último punto más: es curioso que el juguete solo sea compatible con los smartphones más costosos del mercado.
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