Paseo por la calle de Miguel de Cervantes de Cornellà, junto a un polideportivo en el que no paran de entrar y salir niños y adolescentes. Justo en la esquina, allí donde termina la calle, hay un paso de cebra adaptado para que puedan cruzar las personas con movilidad reducida. Continúo paseando. En paralelo veo a una persona del barrio que va en una silla de ruedas con motor y que intenta cruzar al otro lado, ya que la calle se estrecha en ese punto. No puede: hay un coche aparcado delante de la rampa del paso de cebra. Tiene que cruzar en dirección contraria y pasar por el lugar más difícil, entre los contenedores y la pared del polideportivo. La calle se inclina demasiado y debe volver a cruzar. Para ello, avanza en paralelo al muro del cementerio hasta una calle más allá. Vuelve atrás y cruza para llegar al punto inicial. Mientras, un coche para y pita: le han ocupado la plaza reservada para discapacitados. Hay muchos vehículos mal aparcados; son los padres que esperan a los niños a la salida. No importa si una silla de ruedas no puede cruzar o si ocupan un espacio reservado. Es el egoísmo de una sociedad que no respeta a los demás.
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