En enero el Gobierno aprobó el decreto que abre la posibilidad de que los grados universitarios pasen de cuatro a tres años. Ahora que las primeras hornadas de graduados están en la calle, deberíamos preocuparnos de si estos han alcanzado las competencias y habilidades previstas, para subsanar posibles deficiencias, pero ya no se podrá hacer, porque habrá que pensar unos nuevos grados. Los docentes deberán dedicar tiempo y esfuerzos a definirlos en detrimento de la investigación y la propia docencia, cuando aún no se tendrán los resultados de los grados actuales. Qué lío ¿no? Parece claro que el motivo principal es económico. Si los grados pasan de cuatro a tres años, habrá un excedente de plantilla docente, la excusa perfecta para recortarla. Por otra parte, el precio de los créditos de los másteres que complementarían los nuevos grados es más elevado que el de los créditos de grado, por lo que a las familias les saldrá más cara una formación equivalente a la actual. Mira que fácil, el ministerio ha matado dos pájaros de un tiro: reducir plantilla e incrementar ingresos por matrícula.
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