A medida que se acerca el 9 de noviembre, observo cierto nerviosismo en políticos, tertulianos, informadores y también en personas comprometidas en el camino hacia la independencia, sea a favor o en contra. Esta apreciación mía nace de observar, más ahora que hace unos meses, que ni a las cosas se las llama por su nombre ni se reconoce que muchas supuestas razones en realidad provienen de las emociones. Y es que las motivaciones para moverse (en un sentido u otro) pueden ser razonables o emotivas: fruto de la lógica y el convencimiento o bien pasionales, que nos salen de dentro, sin argumentación coherente posible. Toda persona debería exponer de antemano si habla con la cabeza o con el corazón, si es que lo sabe.
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