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FÚTBOL

Un puñetazo a la tolerancia en la final de Copa

Martes, 22 de abril del 2014 Luis Moreno (Valencia)

 He oído y leído bastantes cosas respecto al comportamiento modélico de las aficiones del Real Madrid y del Barça en Valencia, ciudad que se vistió de gala, luz, color y magnífica temperatura para recibir por tercera vez en pocos años la final de la Copa del Rey de fútbol. Nada más lejos de la realidad.

Soy aficionado desde hace casi 50 años al Athletic Club. Me gusta el fútbol. Hubiera deseado que jugara Cristiano y que Messi  'jugara'. Me inclinaba por el Barça, pero mucho más por el buen fútbol. Me encanta el ambiente previo a los partidos importantes y muy especialmente la convivencia entre aficiones. Estuve en Viena dentro del campo cuando Cesc marcó el último penalti que nos hizo pasar por fin de cuartos y salté y grité de alegría celebrando con mi camiseta del Athletic las paradas de Casillas de aquel día. Disfruté de ese partido junto a mi amigo Paco a mi derecha y con dos aficionados italianos a mi izquierda, charlando y comentando amigablemente con ellos las ocasiones de unos y las de otros. He compartido días y noches de cervezas con aficionados alemanes en Múnich, polacos en Varsovia y admirables irlandeses animando a su equipo irremediablemente perdedor en Gdansk.

Desde que el Athletic jugara la final contra el Barça precisamente en Valencia hace ahora creo recordar que cinco años, he asistido a todas salvo a la del año pasado. En aquélla perdimos 4 a 1, adelantándonos con un gol de Toquero (ari, ari, ari, Toquero lendakari), viviendo una ilusión que nos duró unos cuantos minutos y terminando con la satisfacción de haber visto un gran espectáculo, animando a los nuestros, que se habían dejado la piel en el campo, rindiéndonos ante la evidencia y pensando “si esto ha sido tan bonito, ganar debe de ser increíble”.  Luego vino el Atlético de Madrid contra el Sevilla en el Nou Camp y el Madrid-Barça en Mestalla de hace tres años.

En el 2012 de nuevo un Athletic-Barça en el Calderón. Aquella de Madrid fue una verdadera fiesta. En la capital de España nos sentimos muy, muy bien recibidos con gran cordialidad por toda la ciudadanía, ejemplar donde la haya en cuanto a hospitalidad se refiere. Mi hija con la camiseta del Barça (qué se le va a hacer, no he podido con ella) y mi hijo que, aunque es del Valencia, simpatiza con el Athletic y como yo también llevaba una camiseta rojiblanca. Los madrileños nos animaban por las calles, nos gastaban bromas, visitamos ambas carpas y el diálogo entre aficiones fue fluido y agradable. Volvimos a perder, pero esta vez sin opciones desde casi el primer minuto.

Como decía, no asistí a la final del año pasado entre el fabuloso Atlético de Madrid y el Real Madrid en el Bernabéu, pero ayer tuve una nueva oportunidad, de nuevo en mi ciudad. Le pedí una camiseta del Barça a mi hermano para animar junto a él, pero me convenció de que era mejor llevar la del Athletic, ya que al fin y al cabo la final de Copa no es solo para los aficionados de uno de los finalistas, sino también para los de otros equipos a quienes, como decía al principio, nos gusta disfrutar de estos espectáculos. Con mi hermano y con mi cuñada quedé en el campo, ya que ellos venían de Murcia, pero como vivimos en Valencia y teníamos tiempo mi amigo Paco y yo pensamos en pasar por la carpa del Barça, pero al final cambiamos de opinión porque nos atraían más las actuaciones que hacían en la del Madrid. También pensé en hacerme alguna foto para enviar a mis muchos amigos del Real Madrid. Cuando llegamos estaba actuando Pignoise. Admiro y casi siempre comparto las opiniones deportivas de Álvaro Benito. Estuvimos diez minutos escuchando y cuando nos dirigíamos hacia la reproducción de la Cibeles para hacernos unas fotos alguien me quitó la gorra del Athletic. Creía que era una broma y cuando me volví para ver qué pasaba, sin mediar palabra, recibí un puñetazo en la cara que me hizo empezar a escupir sangre, que me ha movido un diente que es muy posible que pierda y que me tiene la nariz muy dolorida y que espero que no esté rota. Comprobé que una decena de personas se venían hacia mí y, sin llegar a ver sus caras, me alejé quitándome la camiseta y abandonando la carpa. Mi amigo Paco recibió una bofetada al pedirles mi gorra y él me dijo después que eran ultras, aunque yo ni llegué a verlos.

Uno acaba pensando que todo habría podido ser peor, pero la verdad es que la incomprensión me dolía mucho más que el golpe. Me marché al dentista urgentemente pero con tiempo suficiente para volver al partido. Estábamos en zona Federación, pero rodeados de aficionados del Madrid. Imagino que en la otra zona seguramente fue similar, pero lo que allí ocurrió fue lamentable. Nosotros cuatro, por supuesto, aplaudimos el himno y también vimos muchos culés con banderas españolas. El fanatismo madridista, y me duele muchísimo decirlo, era prácticamente unánime, con gritos constantes que sobrepasan cualquier comportamiento mínimamente racional. “Mierda Barça, mierda Cataluña”, gritos racistas a Alves y otras lindezas que en absoluto son compatibles con lo que algunos consideramos batirse en buena lid. Seguro que hay testimonio similares en el otro bando, pero cuento con sinceridad lo que yo viví. Me gusta siempre quedarme hasta el final y aplaudir al ganador, pero teníamos miedo de salir al mismo tiempo que los aficionados del equipo vencedor (justamente vencedor, por cierto, y mi más cordial ¡enhorabuena!). Con todo, cuando abandonamos el estadio nos encontramos con grupos de madridistas que no habían podido entrar, alineados a un lado y a otro de la calle increpándonos en nuestro camino hasta el metro. Tuvimos que cubrirnos las camisetas para poder andar algo más tranquilos.

Es verdad que energúmenos hay en todos los sitios, pero quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones deberían considerar que en el actual estado de crispación en el que vivimos la tolerancia, el respeto, la convivencia, el diálogo e intentar ponerse en el lugar del otro de vez en cuando son actitudes y valores que deberíamos de intentar potenciar entre todos. Pongamos todo nuestro esfuerzo para que no se nos junte el hambre con las ganas de comer.



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