Resulta indignante asistir al sufrimiento de Andrea y de su familia. Por suerte ya tenemos leyes (41/2002, España y 5/2015 Galicia) que permiten que la decisión sobre cómo debe ser el final de nuestra vida esté en manos de la persona enferma o de sus representantes legales: se puede rechazar el tratamiento clínico cuando este no hace más que prolongar una vida que ya no es digna y sin posibilidad de curación. Y paralelamente, existe el derecho a recibir cuidados paliativos para humanizar el proceso de la muerte. Esta es la demanda de los padres de Andrea. No es eutanasia, sino la aplicación de la ley gallega sobre la muerte digna. Es imprescindible que en las facultades de Medicina se enseñe que cuidar la vida no es alargarla inhumanamente, sino ayudar a morir dignamente. Por otra parte, quisiera comentar algunas de las afirmaciones de Josep Argemí en su artículo Lo que se calla de la eutanasia (2 de octubre). Habla de respetar el ciclo vital, sin prolongarlo ni acortarlo. Pero ¿qué hay de natural en la alimentación por sonda nasogástrica? ¿No es eso prolongar la vida artificialmente? En cuanto al aumento de casos de eutanasia en Holanda a partir de su legalización, según los datos, se han mantenido a lo largo del tiempo y suponen menos del 3%. Más que hablar de realidades, el director del Institut d’Estudis Superiors de Bioètica de la Universitat Internacional de Catalunya hace un discurso que responde a sus creencias. Solo deseo que se aplique la ley y termine pronto el sufrimiento de Andrea y de su familia.
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