He pasado un bonito fin de semana en Sant Pere Pescador y he podido observar en directo un fenómeno que no había visto en ninguna otra playa del litoral catalán: la ocupación de las playas, un espacio público en todas partes destinado a las personas, por algunos grupos de gente que trata a sus perros como uno más de la familia. Nada en contra de los perros –yo misma soy propietaria de un precioso setter irlandés–, nada en contra de las personas que deciden, dentro de su casa, tratar a los perros como hermanos o hijos, pero absolutamente en contra de que estas personas se otorguen el derecho de hacer eso mismo en los espacios públicos. En unos 40 metros de playa conté más de una docena de enormes ejemplares caninos, desatados, orinando en la arena, bañándose en medio de las personas y sacudiéndose y pisando las toallas de otros bañistas que, en algunos casos, manifestaban su indignación. El Ayuntamiento de Sant Pere Pescador debe regular con urgencia el tema de los perros en sus playas.
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