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EL DÉFICIT DEMOCRÁTICO DE LA UE

"Para vencer las deficiencias en el funcionamiento de la #democracia europea, más intere y participación ciudadana"

Sábado, 9 de noviembre del 2013 Daniel Pérez (Barcelona)

El pasado 31 de octubre, EL PERIÓDICO me dio la oportunidad, junto a otros nueve jóvenes, de participar en una comida-coloquio con el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz. Durante la conversación, tuve la ocasión de debatir con Schulz sobre el déficit democrático de la Unión Europea, y me gustaría compartir algunas reflexiones a ese respecto. Para ello, en este artículo identificaré cuatro deficiencias que, como ciudadano europeo, puedo observar en el funcionamiento de la democracia europea, y trataré de proponer una solución para cada una de ellas. 
En primer lugar, no existe ninguna garantía de que el próximo presidente de la Comisión sea el candidato al puesto del partido más votado en las elecciones europeas. Reconociendo que el Tratado de Lisboa introdujo mejoras en el procedimiento, lo cierto es que el artículo 17.7 del Tratado de la UE solamente dice que el presidente de la Comisión es propuesto por el Consejo Europeo (reunión de jefes de Estado y Gobierno de los Estados Miembros), "teniendo en cuenta el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo", y que el Parlamento ha de votar a dicho candidato por mayoría de sus miembros. Si bien el Parlamento podría bloquear cualquier nominación del Consejo Europeo distinta del cabeza de lista del partido más votado y forzar una crisis institucional, lo cierto es que, sobre el papel, los tratados europeos no dan ninguna garantía de que el candidato más votado en las elecciones termine siendo el presidente de la Comisión. Para ello, sería necesario modificar los tratados y que fuera el Parlamento Europeo quien propusiera y votara al presidente de la Comisión, previa consulta (que no aprobación) al Consejo Europeo.

Segundo, las elecciones europeas son hasta ahora el resultado de la suma de elecciones en clave nacional. Tras las elecciones, los periódicos abren sus ediciones destacando el resultado electoral en su país, casi nunca el global. El debate es nacional. En los carteles electorales aparecen fotografías de políticos nacionales. Incluso las razones del voto suelen ser nacionales. ¿Cómo terminar con esta apropiación nacional de las elecciones europeas? Yo propongo establecer una circunscripción única a las elecciones al Parlamento Europeo, que obligue (y no que meramente dependa de la voluntad del candidato) a que el debate sea verdaderamente europeo y que los partidos europeos mantengan el mismo discurso y candidato en Atenas y en Berlín, en Londres y en Barcelona.

Tercero, los ciudadanos no votamos para elegir técnicos-gestores, sino políticos. Por ello, el presidente de la Comisión elegido democráticamente debe poder decidir quiénes serán los comisarios que le acompañen en su tarea de cumplir el programa con el que se ha presentado, siempre con el respaldo del Parlamento. Hasta el momento, la Comisión Europea ha ido ganando cada vez más competencias de carácter político, pero todavía no se ha politizado. Por ahora, cada Gobierno nacional decide quién será el comisario de su país, resultando una Comisión de diferentes partidos, escorada políticamente hacia donde tienda la mayoría de Gobiernos nacionales en el momento de las elecciones al Parlamento Europeo. Como le dije a Schulz, votemos a quien votemos en España en las próximas europeas, el Comisario español será del Partido Popular. Para terminar con esta anomalía antidemocrática, propongo dar el salto hacia una Comisión Europea monocolor (para una opinión contraria, ver H. Grabbe,'How not to fix the European Union democratic déficit', Financial Times, 4 de noviembre de 2013). Soy consciente de que la Comisión ejerce competencias tanto técnicas (velar por el cumplimiento de los Tratados) como políticas (iniciativa legislativa) y que un órgano político podría desarrollar las competencias técnicas de forma menos eficiente, pero considero que es preferible un exceso de democracia que de su ausencia. Es mejor que un órgano político decida sobre algunas cuestiones técnicas antes que un órgano técnico decida sobre cuestiones políticas.

Y cuarto, los ciudadanos europeos tenemos muchas dificultades para identificar y evaluar la labor de 28 comisarios, uno por cada Estado miembro. Como mucho, conoceremos al presidente de la Comisión y al comisario de nuestro país. Este simple hecho dificulta mucho el debate ciudadano sobre política europea, además de la toma de decisiones en la Comisión. Por tanto, es necesario vencer el miedo de algunos Estados miembros y reducir el número de comisarios. Dicho número no debería ser fijo, sino variar según las necesidades del momento. Y, por supuesto, debería abandonarse la idea del reparto de comisarios por cada país. Necesitamos comisarios capaces y comprometidos con el programa político que les ha llevado a ganar las elecciones y con el interés general europeo, sin importar su nacionalidad.

Soy consciente de que estos avances no son sencillos. Para lograrlos, lo primero que debe hacer la ciudadanía europea es dar muestras de su interés en la política europea y participar en las elecciones. No participar en las elecciones europeas porque el sistema es aún imperfecto supondría dar alas a quienes quieren destruir la Unión Europea e implicaría alejarse de una mayor democratización. Por tanto, el próximo mayo debemos votar.

Cuando comenté estos problemas con Schulz, me pareció que compartía la misma idea de fondo. Y es que Schulz no es un político al uso. Antes que político, Schulz es librero y lector voraz. Cuando se jubile, estoy seguro de que preferirá ocupar una cómoda butaca en la casa de su pueblo y leer a su amado Jaume Cabré antes que sentarse en el Consejo de Administración de Goldman Sachs. Schulz es un tipo sencillo, de mirada transparente y trato afable, lo suficientemente utópico para defender una mayor profundización de la democracia en la Unión Europea.



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