Son las 6:00 a.m. y estoy solo en la estación de tren de Berrylands (Londres). Tengo exactamente doce minutos de tren para escribirte esto, antes de encerrarme doce horas seguidas (con solo 30 minutos de descanso) fregando platos en la inmensa cocina de Hampton Court Palace. Cada gris y lluviosa mañana me hago la misma pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué me dijiste que estudiara Derecho y un máster en Comunicación para luego decirme que fuera a probar suerte a otro país? No lo entiendo. Sin duda algo hice mal, no me cabe duda. Pero luego miro a mi alrededor y veo a mis tres compañeras españolas: una periodista valenciana, una pedagoga de Madrid y una ingeniera de caminos de Logroño, sirviendo, fregando y cargando bolsas de basura por seis míseros 'pounds' a la hora. Todos estamos quemados, pero agradecidos de tener trabajo. En nuestros 'breaks' (no remunerados) aflora cada día la amargura y la frustración, mezclada con un existencialismo al estilo Blade Runner. Todos queremos responder las mismas preguntas: ¿quiénes somos, dónde vamos, cuánto tiempo va a durar esta pesadilla? De nuestra Generación, la del 77, se ha hablado mucho y nos han llamado de todo: Generación X, Generación perdida, Generación biodegradable..... pero yo me quedo con la Transgénica. Somos una Generación nacida de la mezcolanza del miedo y la libertad, que ha pasado de la máquina de escribir al iPad, del puzzle al Pentium, víctimas de un montón de reformas educativas, de una España perdida que buscaba su rumbo en Europa en una época en que todo era un experimento de libertad democrática. Mientras tanto, crecíamos ajenos en esa gran probeta llamada España. Al fin nos soltaron de la jaula y aquí tenemos el resultado: cientos de miles se perdieron, otros se escondieron y millones nunca llegarán a germinar.
Es hora de despertar del sueño, es nuestra hora, aunque la pesadilla empieza para nosotros. Perdóname papá por lo que voy a decir pero... ¿sabes quién es el auténtico responsable? No, no son los banqueros ni los políticos. Eres tú, papá. Tú me enseñaste con todo tu amor que el trabajo duro me daría el éxito y que todos podíamos triunfar en la vida si nos lo proponíamos. Si no me engañaste, te equivocaste. No me malinterpretes: tú me diste la vida y yo te lo agradezco. Solo quiero recordarte que tú tuviste tu mayo del 68 y al igual que yo ahora, te rebelaste, contra mi abuelo. Esta historia antinatural de la evolución se repite de nuevo. ¿Cómo es posible que los viejos tengáis mayor esperanza de vida que los jóvenes? Lo siento, papá, pero mi instinto de supervivencia me empuja y ordena. Tengo que hacerle caso para poder sobrevivir. Es hora de devorarte. Pero antes espero sacar lecciones de este momento tan doloroso, y quiero pensar un poco para intentar no cometer los mismos pecados que me lleven a mí también a la guillotina. Si este es de verdad nuestro gran momento, pensaré en el futuro, pero no sólo en el mío, también pensaré en los que vengan detrás de mí. Necesitamos enseñarles que para que seamos una sociedad sostenible tenemos que ser capaces de cooperar entre nosotros, en vez de competir como tú me enseñaste. Ellos ya son mejores que nosotros, démosles la oportunidad que nosotros no tuvimos.
Posdata: Querido papá, por favor, jubílate para que yo pueda trabajar. Tu hijo.
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