Señor Pujol, yo también recibí una herencia de mis padres, pero, a diferencia de usted, la acepté y pagué los impuestos que la gravaban tras malvender la casa familiar y otras dos para costearlo. Todavía guardo las cartas de la Generalitat, que usted presidía, amenazando con embargos y sanciones. Y mientras, yo le seguía votando a usted, a sus representantes en Madrid, en la alcaldía, a sus sucesores. Confiaba en ustedes. Hoy no es un buen día para mí; lo que acaba de confesar es muy gordo, y no basta con pedir perdón. Si le queda un ápice de honorabilidad, váyase a casa, cierre el despacho del paseo de Gràcia y disfrute tanto como pueda de la herencia.
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