Martes, 22 de julio del 2014 Moisès Stanckowich (Gavà)

La columna de Josep Maria Fonalleras del 17 de julio, dedicada al poeta israelí (nacido en Alemania) Yehuda Amikhai, me ha parecido excelente porque en esta triste coyuntura bélica en la que se encuentra, una vez más, Oriente Próximo se echan de menos voces como las de Amikhai quien, a pesar de haber participado en la guerra, siempre clamó por la paz entre las partes, partes que abogan por un reencuentro humano necesario. Amikhai mantiene el agnóstico convencimiento de que la paz es necesaria y que el Dios que los bandos invocan no va a colaborar. Esto se deduce de una anécdota que el crítico Sam Abrams escribió en el 2000 según la cual un joven barbudo (seguramente un ultraortodoxo) le preguntó a Amikhai si había luchado en alguna de las guerras de Israel, a lo que el poeta respondió afirmativamente. El joven le inquirió si había visto a Dios en el campo de batalla (por supuesto del lado israelí) y Amikhai, según Abrams, respondió no sin cierta perplejidad: "No, no lo vi, solo vi gente que moría", en una sorprendente orfandad divina de la que años más tarde volverán a lamentarse amargamente muchos de los supervivientes de la Shoah. Quizá uno de los más conocidos sea Eli Wiesel, para quien "el silencio de Dios" durante y después de la barbarie nazi resultó letal para su fe. Actualmente, con o sin Dios de por medio, es mucho e incontenible el dolor que fluye entre las partes enfrentadas, y es difícil reconducir la situación. Sin embargo, la paz siempre debe ser posible, aunque no puedo olvidar unos versos tremendos de Amikhai que son hoy pura profecía hecha realidad: "Una bala a veces atraviesa / el cuerpo de un hombre y hiere también / la tierra que lo sostenía".

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