Martes, 2 de septiembre del 2014 Josep M. Carbó (Barcelona)

 A la hora de juzgar la confesión de Jordi Pujol, algunos piden que su fraude no empañe su obra de gobierno. Pero también deberíamos matizar muchos capítulos de esa obra. Para empezar, hay que recordar que uno de los más importantes, la política lingüística, ha sido obra del consenso parlamentario y no se pueden atribuir todos los méritos a un solo partido. Puestos a matizar, recordemos que en las primeras elecciones al Parlament CiU proponía un modelo escolar con dos líneas separadas, para el catalán y el castellano. El mérito de Pujol fue asumir los argumentos del PSUC y del PSC a favor del modelo único que ahora todo el mundo defiende. Y este consenso también estuvo en la creación del modelo policial de los Mossos.

En cambio, Pujol tuvo la oportunidad de crear una nueva Administración pública moderna, pero copió el modelo de Madrid. Puso al frente a Lluís Prenafeta, un recién llegado a su propio partido, pero hombre de confianza, que en aquellos primeros años colocó masivamente a gente de CiU en la Generalitat. Pujol asistió impasible a la desindustrialización de Catalunya y optó por un modelo económico fácil: el turismo de esquí de la Cerdanya y el parque de Port Aventura. En esta última empresa colaboró con Javier de la Rosa, a quien proclamó públicamente como empresario ejemplar. Y podríamos hablar también de puertas giratorias entre la Conselleria d’Economia y empresas propietarias de autopistas, de opacos consorcios sanitarios y de muchos temas en los que la obra de gobierno ha servido los intereses de unos pocos protegidos por una propaganda muy hábil en desviar la mirada de los ciudadanos. Que no nos vuelvan a enredar.

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