Ya hace unos cuantos años que voy guardando deseos y esperanzas en el cajón de lo que no haré o no tendré nunca. Ya no se trata solo de tener una vivienda digna. Ya no hablamos de tener un trabajo con sueldo digno y horarios compatibles con criar en solitario a tres niños pequeños. La respuesta siempre es no. A fuerza de ver por todas partes publicidad de la fantástica obra Mar i cel, me resisto a pensar que mis hijos no podrán viajar con la nave pirata. A mí hace años que no me importa no ir al teatro, pero me resisto a aceptar que ellos, con su espíritu de niños en plena formación, no podrán disfrutar plenamente de su momento vital irrepetible. La respuesta fue no. La llamada que hice para mendigar unas entradas para mis hijos, explicando mi situación, era una irónica puesta en escena de la cruda realidad en la que miles de personas nos tragamos respuestas claras y sin miramientos del tipo: "Pedid a los políticos que le ayuden, nosotros ya hacemos funciones para las escuelas que no cubren los costes". No hay problema, más urgente es comer. Ya nos vamos a casa, alrededor de una estufa insuficiente, un musical primigenio, donde la puesta en escena será la realidad, la música serán las voces improvisadas de los ignorados y el público, la mirada padres y madres desesperados.
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