Contemplo horrorizado la fotografía de la portada de EL PERIÓDICO de ayer, en la que aparece un niño sirio de tres años muerto en la orilla de una playa turca después del intento de su familia de llegar a Europa. Mi hija tiene, más o menos, la misma edad que el niño muerto de esa fotografía, y cuando duerme, más o menos, adopta una postura similar a la suya. Pero él, para vergüenza nuestra, no despertará nunca más. A los responsables internacionales les pido que hagan lo que quieran con la política, con las fronteras, con las leyes y con todo lo demás, pero que, por favor, cuiden de los niños. No hablo de mi hija, de nuestros hijos. Hablo de todos los niños. Si nos preguntaran a quién salvaríamos de una desgracia, casi todos salvaríamos a nuestros hijos. No esperemos a ver la foto de un niño muerto para recordar cuánto amamos a los nuestros. Los niños son lo mejor de todos nosotros que reservamos para el mañana. Los niños nos salvarán. En realidad, no tenemos nada más. Yo no sé ustedes, pero yo, cuando vuelva esta tarde a casa del trabajo, le daré un abrazo un poco más largo, un poco más dulce de lo normal a mi hija. Ella nunca sabrá por qué.
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