Se ha perdido el respeto a profesores y padres. Ha llegado la mala educación a un grado superlativo. Vas en tren y has de rezar para que no te toque viajar al lado de un niño que, menos sentarse encima de ti, hace de todo: grita, corre y destroza los nervios de los pasajeros hasta que sus padres le dejan la tableta. A partir de ahí, ya solo tienes un niño quieto con los ojos abiertos y sin pestañear. He visto en algún restaurante que ceden tabletas a los niños para que dejen comer tranquilos a sus padres. De conversación, nada. En algunos trenes, donde está restringido hablar por el móvil, también hay quien se salta la norma a la torera y cuenta sus negocios y sus intimidades en voz tan alta que se entera todo el vagón. Los bancos de los paseos sirven para que algunos jóvenes se sienten en su respaldo. Si aquel día toca comer pipas, verán en qué estado queda el banco. Por no hablar de los chicles, que deberían costar más por lo que cuesta después limpiarlos del suelo. Hay papeleras al lado, pero no se usan. En fin, la mala educación se ha aposentado en nuestras casas, calles, colegios, lugares públicos, e incluso en programas de televisión. Habría que empezar a hacer algo para remediarlo.
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