Miércoles, 2 de septiembre del 2015 Joaquim Montoliu (Sabadell)

El drama migratorio pone al descubierto las carencias de la Unión Europea (UE). Concebida para compartir intereses económicos, motivo principal de incorporación de sus miembros, encuentra serias resistencias para conformar una unión política. Convergen estados con tradiciones culturales muy dispares y hay grandes desequilibrios en la renta per cápita, especialmente desde la macroampliación del 2004. Es conocida la lentitud de los mecanismos de la UE para tomar acuerdos y eso se nota especialmente en situaciones de emergencia. Y si en los temas económicos se va saliendo adelante, aunque sea a trompicones, en el ámbito político queda más patente la falta de cohesión. La presión migratoria que soporta la UE se viene produciendo desde hace años, y pese a ello no ha sido capaz de fijar criterios claros de actuación que afecten a todos por igual. Y esta falta de cohesión puede favorecer las situaciones dramáticas que estamos viendo. Las avalanchas son de muy difícil gestión y generan mucha tensión a su alrededor. Muchos inmigrantes intentan por todos los medios evitar las restricciones y alcanzar su objetivo. Al mismo tiempo, la población autóctona, sintiéndose invadida, ve alterada su vida y reclama mayor atención de sus autoridades. Quizá la extensión del fenómeno a más estados haga reaccionar a la UE, y ante una emergencia como esta supere su habitual parsimonia para poner medios que la resuelvan con rapidez. Paso previo para fijar una política de inmigración y asilo conjunta que tendrá el reto de conciliar la atención humanitaria y social de los inmigrantes con los intereses del resto de los ciudadanos. Será fundamental para ello la pedagogía política, para evitar fricciones. Hay mucho en juego y conviene actuar con altura de miras.

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