El sábado pasado viví por segunda vez una experiencia muy triste y muy común en estos tiempos. Fui al aeropuerto de El Prat a despedir a mi hijo que, cansado de suplicar trabajo durante tres años, ha conseguido un contrato al otro lado del charco. Estoy indignada, triste y muy quemada. España se queda sin juventud justo cuando nuestros hijos están mejor preparados. Todos mis hijos tienen dos carreras y el último va a tener tres. Son estudios por los que los padres hemos sudado. El resultado: se tienen que ir al extranjero. En mi caso, la República Dominicana está feliz de contar con dos excelentes profesionales formados a coste cero para ellos. Los que nos quedamos aquí no podemos tener la satisfacción de ver cómo se independizan y crean su propia vida. Lo que sí vemos es cómo se separan hogares, Skype no puede sustituir al abrazo. No es que los quiera bajo mis faldas pero sí sentir que no los he perdido. Son nueve horas de avión. No tengo palabras para describir lo que viví, por segunda vez, en el aeropuerto, mi marido y yo con un llanto incontrolable. Para ellos irse tampoco es fácil, están todos en contacto en webs de nombres descorazonadores, como Juventud sin futuro o No nos vamos, nos echan. Como enfermera, atiendo y consuelo a muchos estudiantes fuera de sus hogares. El sentir de una madre es universal, estoy segura de que otras madres cuidarán a mis hijos cuando lo necesiten.
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