Decenas, cientos, miles... nadie lo sabe con certeza. Hoy que todo se cuantifica y se somete a estadística, nadie conoce el número total de inocentes que pierden la vida cada año cruzando desiertos y fronteras, saltando vallas y muros, o haciendo travesías imposibles a bordo de precarios cayucos.
Hablo de los desheredados, de los ignorados, de los olvidados, de aquellos que no tienen derechos, de los que no pudieron elegir... Me refiero a aquellos que tienen menos valor que un animal de compañía en este mundo desarrollado, a los que se enfrentan a los elementos y casi siempre pierden, a los que luchan por alcanzar la otra orilla, a los que intentan llegar a la tierra prometida...
Ellos son las verdaderas víctimas de la injusticia y de las decisiones socioeconómicas que se toman a nivel mundial, ellos son los que mueren en silencio, sin ruido mediático. Son los muertos anónimos a los que nadie llora, son esos cadáveres que, a veces, caen en las redes de los pescadores y son devueltos al mar como un zapato viejo. Son esa gente pobre del Tercer Mundo, esos ilegales y molestos inmigrantes. Ellos son, en fin, los protagonistas de un drama diario que a pocos interesa.
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