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EPIDEMIA EN ÁFRICA

La inmensa dignidad de los luchadores contra el ébola

Domingo, 1 de marzo del 2015 Luis Cremades (Kissidougou (Guinea))

No vamos muy lejos; o sí. Aquí las distancias se miden en tiempo y 80 kilómetros pueden ser un infierno; indudablemente hay más de 80. Vamos a un centro de tratamiento de ébola. Llevamos un buen rato de camino y el sol aún brilla por su ausencia. Lo malo será cuando brille. Estos centros impactan. Cada vez. No hay nada que hacer. Acojonan. Y uno piensa en qué deben sentir los que entran a diario. Rigurosos en los protocolos, gestos automáticos. El traje, una jodienda. Mi presión arterial sube solo verlo. ¡Y el calor! ¿Cómo se limpia uno las gafas empañadas con todo esto encima? Es cierto que no se necesita un máster para ponerse el equipo. Pero sí una buena dosis de coraje y sentido de la responsabilidad. Y empatía. Y eso, el coraje, la responsabilidad y la empatía, son cualidades de las que carecen muchos de los que llegan ya comidos al trabajo y se permiten comentar lo que otros –y no ellos– son capaces de hacer. Me recuerdan al hombre del diario, que escribe a diario en su diario lo que otros viven a diario. No hablemos ya de la dignidad. ¿Se puede ser digno sudando como un cerdo? Sí, inmensamente digno. Y no hablo de mí. Hablo de ellos. Yo entro en contadas ocasiones y mantengo la distancia con todo y todos. Ellos entran a diario y tratan y reconfortan. Y cada día saben que mañana algunos pacientes no estarán. Y esa carita infantil que ayer aún les miraba está ahora en una bolsa mortuoria. Pero mañana se pondrán de nuevo el equipo y, sudorosos y sonrientes (¿se puede ser más digno?), entrarán a hacer lo que voluntariamente han decidido que es su responsabilidad. Y sin llegar comidos. El problema no acaba cuando deja de ser noticia. Lo triste es que la noticia sea que el infectado llegue a Occidente. Al Occidente de los blancos. El ébola sigue aquí. Y los que trabajamos para atajarlo sabemos que no hay que bajar la guardia. Así, los bien alimentados podrán dormir tranquilos. Y el resto, también.



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