Hemos llegado a una organización social que provoca grandes diferencias entre las personas que la componen. Una de las injusticias más claras se centra en el tiempo destinado a hablar, a exponer una idea, a tratar un tema. Existen pocas personas que hablan mucho, y muchas que hablan poco, lo que hace que esas pocas personas que hablan mucho acaparen el tiempo y la temática de cualquier reunión, sin dar oportunidad a la participación de otros, ni de que salgan a la luz nuevas temáticas. La mayoría de grandes ideas y conversaciones interesantes quedan escondidas, sin posibilidad de salir a la superficie, debido al acaparamiento que unos pocos hacen de las reuniones de amigos, de trabajo o de grandes congresos y convenciones políticas. Si hablan los mismos y dicen lo mismo, todo quedará como siempre. En estos tiempos de tantas subidas de impuestos encubiertas, no estaría mal la puesta en marcha de una tasa habladora con el objeto de redistribuir el tiempo hablador entre la población, de manera que los que más hablen, paguen más y se esfuercen en hablar menos. Por el bien de los grupos de amigos, empresas y ordenamiento social y político.
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