El 5 de octubre, se conmemoró el día mundial del docente en más de 100 países de todo el mundo. Esa celebración tiene un objetivo claro: movilizarnos para dar apoyo a los maestros y profesores, ser más conscientes de su tarea y de la importancia que tiene la labor educativa para el presente y el futuro. La Unesco reconoce la contribución vital que los profesores hacen a la educación y al desarrollo: los padres y madres solos no saben hacer -ni son los profesionales específicos- muchas de las cosas que sí ofrecen los docentes, tanto en las aulas formales como en la educación informal. Hay un montón de recomendaciones que se pueden encontrar en internet, en la Unesco y en otras organizaciones que se ocupan de enseñanza, pero me atrevo a título personal a indicar tres: a) confiar en la competencia profesional y humana de los maestros; b) darles apoyo moral y cívico, ya que son posiblemente la única esperanza para la paz y la tolerancia; c) reconocer en cada docente -que actúa de acuerdo con lo mejor de cada entorno familiar- la explicación de buena parte de los avances morales de la civilización. Se atribuye al británico John Ruskin esta cita: "Educar a un joven no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía". Yo, pobre de mí, no enseño solo Filosofía en Bachillerato y Ética en la ESO, sino que con ello procuro que los que están en mis clases sean personas mejores que yo mismo. Enseñar es un trabajo muy vocacional.
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