Sábado, 29 de agosto del 2015 Luis Lluna (La Laguna (Tenerife))

Lo que España necesita es un extraordinario progreso humanístico. Un humanismo que nos conduzca a una genuina democracia que permita la convivencia en armónico equilibrio de la libertad personal, la libertad de las comunidades autónomas y una justicia social presidida por una equitativa distribución  del trabajo y la riqueza. Una democracia que subordine la economía a la política, que ponga a la economía en su lugar, al servicio de la persona y la sociedad. Hay que romper con la historia, sí, pero para reemprender la senda de un auténtico desarrollo humano. La escisión de España representaría el antihumanismo, el triunfo de la barbarie, la bancarrota de todo lo humano; del diálogo, de la capacidad de entendimiento, que estigmatizaría a los nuevos Estados independientes con un inicuo y fatídico comienzo. "Ser-humano --decía Karl Jaspers-- es hacerse-humano", pero humanos nos hacemos progresando en el propio y mutuo conocimiento, en la comprensión hacia los demás, en la conciliación y reconciliación. La radical ruptura significaría exactamente lo opuesto: la regresión a lo más oscuro, tétrico y aciago del pasado. 

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